Kurt Danziger
Fuente: Danziger, K. (1997). Chap. 1: Naming the mind. In: Naming the mind. How psychology found its language.
Psicologías alternativas
Hace muchos años,
antes de que se hubiera oído acerca de los paradigmas de Kuhn, pasé dos años
enseñando psicología en una universidad de Indonesia. Cuando llegué para
hacerme cargo de mi tarea descubrí que uno de mis colegas indonesios ya estaba
dictando un curso de psicología. Pero mientras mi materia era identificada en
la agenda como Psichologi, la suya era identificada por su equivalente indonesio, ilmu djiwa. “Djiwa” significa “alma” o psique e “ilmu” es una ciencia o una
“logía”. De modo que allí había un equivalente local literal pero no estaba
planeado que yo la enseñara. Pronto entendí por qué. Lo que estaba enseñando mi
colega no era psicología occidental, sino algo basado en una amplia literatura
local que tenía sus raíces en la filosofía hindú con agregados e
reinterpretaciones javaneses. Por lo tanto los estudiantes tenían la opción de
las dos psicologías, una occidental y una oriental.
En ese momento, me
pareció extraño. Después de todo, si ambos, mi colega indonesio y yo, nos
ocupábamos de la realidad psicológica, debía haber algunos puntos de contacto,
incluso convergencias, entre nuestros campos. Seguramente nuestros modos de
abordar esta realidad eran muy diferentes, pero esa diferencia podía ser usada
constructivamente si podíamos combinar las características fuertes de ambos. De
modo que, sin pensarlo, sugerí, a mi colega que consideráramos ofrecer
seminarios conjuntos en los cuales cada uno explicaría su abordaje de un grupo
de temas de la psicología seguido de un análisis de las diferencias. Muy cortésmente
acordó con mi propuesta y nos sentamos a discutir los temas que abarcaríamos en
el seminario. Allí fue donde empezaron los problemas. Prácticamente, parecía no
haber temas que fueran identificados como tales en mi psicología y en la suya.
Por ejemplo, yo
quería discutir el tema de la motivación y estaba interesado en oír qué teorías
podía aportar mi colega acerca de cómo operan y se desarrollan los motivos.
Pero él dijo que sería bastante difícil para él, porque desde su punto de vista
la motivación no era realmente un tema. Los fenómenos que yo podía agrupar
espontáneamente como “motivacionales” a él le parecían sólo una colección
heterogénea de cosas que no tenían nada interesante en común. Esto,
simplemente, no le parecía un campo que pudiera reconocer como un buen candidato
para una teoría unificada. Por supuesto, algunos de mis ejemplos de fenómenos
“motivacionales” le recordaban problemas que sí consideró importantes y acerca
de los cuales podría hablar, pero entonces, desafortunadamente no estaría ya
discutiendo la “motivación”. Se vería forzado a cambiar el tema. El tenía
algunos temas que podía sugerir, ¿qué tal si dedicábamos un seminario a cada
uno de ellos? Eso me desconcertó, no sólo porque sus temas no sólo no me eran
familiares sino que me era muy difícil seguir su explicación. No me parecía que
constituyeran dominios naturales y las preguntas a las que llevaban parecían
estar basadas en supuestos que yo no podía compartir. Entonces él señaló que yo
también estaba formulando supuestos qué el también encontraba difíciles de
aceptar. Al confeccionar nuestra lista de temas y al formular nuestras
preguntas acerca de ellos ambos estábamos dando muchas cosas por sentado, pero
el acuerdo acerca de qué sería dado por sentado resultada difícil de alcanzar.
Se hizo evidente que si íbamos a tener un seminario conjunto pronto se
convertiría en una discusión acerca de problemas filosóficos, no psicológicos.
Esto no era lo que yo había pensado.
Tal vez la motivación
no era un buen tema con el cual comenzar. Intenté con otros: inteligencia,
aprendizaje, etcétera. Pero el resultado fue el mismo. Mi colega no reconocería
ninguno de ellos como campos claramente demarcados de otros. El concedía que
algunos de ellos tenían características comunes, pero consideraba a las mismas
como triviales o artificiales y arbitrarias. Agrupar los fenómenos psicológicos
de ese modo le parecía, no sólo antinatural, sino una manera segura de evitar
todas las preguntas interesantes. De manera similar, yo no podía hacer nada con
los temas que él proponía, en varias oportunidades no entendía el por qué de
hacer las preguntas que él quería hacer. Lamentablemente, llegamos a una
situación sin salida. La serie de seminarios nunca se dictó. Si hay un modo de
planificar y dar a conocer una serie tal sin un acuerdo de temas y problemas,
no lo conseguimos.
Ahora bien, debo
poner de relieve que la postura de mi colega indonesio no era idiosincrática.
Él presentaba un conjunto coherente de ideas insertas en una tradición
significativa de textos y prácticas. Estas incluían varias formas de práctica
de meditación y de ascetismo que podrían ser empleadas para producir fenómenos
psicológicos específicos tan confiables como muchos de nuestros experimentos
psicológicos, y quizás más. Los conceptos de ilmu djiwa abarcaban estos fenómenos entre otros. Esta otra psicología no puede ser desestimada
como especulación de sillón; seguramente era una disciplina en el doble sentido
del término, como un cuerpo sistemático de conocimiento y de prácticas
estrictamente reguladas. Aún así, ni la organización de su conocimiento ni las
prácticas que promueve tienen mucho en común con sus homólogos en la psicología
occidental.
Ser confrontado con
mi propio exótico Doppelgänger disciplinar
fue una experiencia inquietante. Era claramente posible delimitar el campo de
los fenómenos psicológicos de maneras muy diferentes y aún terminar con un
conjunto de conceptos que parecieran bastante naturales, teniendo en cuenta el
contexto cultural correspondiente. Es más, estos conjuntos diferentes de
conceptos podrían tener sentido práctico perfecto si se nos permitiera elegir
la propia práctica. ¿Qué implica esto para la objetividad de las categorías con
las que la psicología occidental opera? ¿Mi lista de los temas del seminario
representa un “verdadero” reflejo de cómo la naturaleza ha dividido el universo
psicológico? Si fuera así, la alternativa de mi colega parecería ser un reflejo
totalmente distorsionado, en el mejor de los casos. Él seguramente no pensaba
eso, y tampoco sus estudiantes. Para ser honesto, ninguno de nosotros tenía
ninguna justificación empírica para hacer las distinciones que hacíamos, o
quizás ambos la teníamos. Ambos podíamos señalar ciertos resultados prácticos, pero son
resultados producidos sobre la base de las preconcepciones con las que estamos
comprometidos. Sabíamos cómo identificar cualquier cosa que se presentara en la
experiencia porque teníamos un aparato conceptual establecido que nos habilita
a hacerlo. El aparato, sin embargo, parece ser empíricamente inmodificable.
Mi experiencia en Indonesia
no fue única. Un tiempo después, me encontré con un libro, titulado Mencius on the mind, del conocido
investigador literario y lingüístico I. A. Richards (1932). En 1920 Richards
pasó algún tiempo en la Universidad de Peking (como era conocida en Occidente)
y se había percatado del contenido psicológico de algunos de los antiguos
textos chinos. En particular, algunos escritos del filósofo Meng tzu,
pintorescamente occidentalizado como “Mencius”, parecían presentar un cuerpo
coherente de conceptos psicológicos. Lo que intrigó a Richards fue el hecho de
que estos conceptos no tienen equivalentes modernos. Por ejemplo, había términos
que él terminó por traducir por “mente”
o “deseo” aunque tiene claro que ellos no representaban lo que nosotros
queremos decir con esos términos. Otro término parecía significar “sentimiento”
y “tendencia” los cuales son bastante diferentes para nosotros. Por lo tanto
aquí había una psicología alternativa que divide su objeto de un modo
completamente diferente que nosotros.
Esto lleva a algunos
cuestionamientos serios respecto de las bases de las distinciones psicológicas
que tendemos a aceptar sin cuestionar.
El pensamiento chino suele no prestar
atención a las distinciones que son tan tradicionales para la mentalidad
occidental y tan firmemente establecidas en el pensamiento y en el lenguaje que
ni las cuestionamos ni nos percatamos que se trate de distinciones. Las recibimos y las usamos como si pertenecieran
incondicionalmente a la constitución de las cosas (o del pensamiento).
Olvidamos que estas distinciones han sido hechas y mantenidas como parte de una
tradición de pensamiento; y que otra tradición de pensamiento ni les encuentra
utilidad (al estar comprometida con otros recorridos) ni puede admitirlas
(Richards, 1932:3-4)
Tales
consideraciones llevaron a Richards (1932:81) a plantear que “la psicología
occidental se ha abstenido excesivamente de examinar y criticar sus propias hipótesis básicas”.
Estas distinciones, plasmadas en estas hipótesis están basadas en convenciones,
no en observaciones no distorsionadas, por lo que sólo podemos “ver” lo que nuestro
“marco de concepciones” nos permite ver[i].
Es difícil evitar estas reflexiones cuando somos confrontados con marcos
alternativos en la organización del conocimiento y las prácticas psicológicos.
Ciertamente, mientras enseñaba en Indonesia, nunca pude olvidar que la mía era
sólo una de las posibles psicologías.
Las
otras posibles psicologías que Richards y yo hemos encontrado estaban plasmadas
en textos escritos, una característica que estimula la comparación directa con
la psicología occidental. Pero no hay psicología inscripta textualmente,
occidental o de otro tipo, que haya perdido sus vínculos con la psicología
inserta en el lenguaje común. Aquellos que producen textos de contenido
psicológico tienen que tomar sus términos del discurso corriente que circula en
sus medios. Si no lo hicieran, no tendrían nada significativo para comunicar a
aquellos a quienes están dirigidos sus textos. Cualquiera sea el tinte que se
le ponga a una palabra en el marco de una tradición literaria, hay un fondo de
significado comúnmente aceptado en el cual debe basarse para ser comprensible.
Los lenguajes corrientes pueden, de esta manera, plasmar diferentes
psicologías tanto como los textos
escritos.
Esta
idea ha inspirado estudios en un campo conocido como etnopsicología. Se han
generado preguntas acerca de cómo los miembros de otras culturas,
independientemente de su nivel de educación, conceptualizan temas que para
nosotros parecen ser típicamente psicológicos. Al nivel más simple, se puede
preguntar cómo su definición de términos psicológicos difiere de la nuestra. En
este sentido Wober (1974), trabajando en Uganda, obtuvo respuestas a una
palabra local que los diccionarios traducían como “inteligencia”. Encontró que
una característica vinculada negativamente era la velocidad, un hallazgo
interesante a la luz del hecho de que una modificación profunda realizada a los
tests de inteligencia norteamericanos convirtió a la velocidad en algo de
fundamental importancia. También notó que las palabras africanas que indicaban
habilidad mental habían sido enunciadas como haciendo referencia a cautela y
prudencia, o inclusive a conocimiento o a reglas de cortesía, más que a
inteligencia en el moderno sentido occidental.
Al
indagar más profundamente Smith (1981) notó que la relación entre self y
experiencia era representada de una manera muy diferente en la cultura Maorí en
relación con occidente. En lugar de atribuirle experiencias a un “self”
central ellas eran consideradas como originadas en “órganos de la experiencia”
específicos identificados con nombres que no eran traducibles porque carecemos
completamente de una noción tal. A la inversa, al describir la psicología
popular de los marquesanos, Kirkpatrick (1985:94) halló que ellos no
distinguían un dominio que correspondiera a nuestra “cognición”.
Más
generalmente, los estudios etnopsicológicos han producido una gran cantidad de
evidencia que coincide en la no universalidad de algunas de las distinciones
básicas que forman el esqueleto conceptual de nuestras propias convenciones
respecto de la clasificación psicológica. Una de estas distinciones –
equivalente a una oposición- es la existente entre lo que pertenece al interior
del individuo y lo que pertenece a la esfera social, totalmente afuera de
este. Tal distinción está implicada no
sólo en el concepto de “simulación social” sino en la noción de “personalidad”
como un conjunto de atributos individuales que existe independientemente de
cualquier situación social y que puede ser descripta abstrayéndose de tales
situaciones. Incluso, frente el trasfondo de una gran cantidad de evidencia de
las sociedades no occidentales (Markus y Kitayama, 1991; Kitayama y Markus, 1994), esta forma de plantear la
relación individuo-sociedad aparece como culturalmente específica. Más a
menudo, la descripción de las personas y sus características no están separadas
de las descripciones de las situaciones sociales (por. Ej. Schwueder y Bourne,
1984). En contraste con nuestro vocabulario psicológico de las esencias
intrapersonales, encontramos vocabulario de términos interpersonales cuyos significados
no pueden ser transmitidos sin una explicación elaborada (por ej. Rosaldo,
1980; White, 1985,1994)[ii]
Otra
distinción dada por sentado que subtiende nuestra clasificación de los
fenómenos psicológicos es la que existe entre lo racional y lo irracional, lo
cognitivo y lo afectivo. Separar una categoría de hechos denominados
“emociones” de otra categoría de hechos identificados como “cogniciones”
expresa esta distinción. No obstante esto no se corresponde con el modo en que
las palabras sobre las emociones son usadas en la vida cotidiana, ya sea en
nuestra cultura o en otras (Averill, 1985; Lutz, 1988). Tales palabras son
usadas para hablar acerca de situaciones y problemas particularmente
significativos, culturalmente definidos. Esta es la razón por la cual hay tanta
variación en el vocabulario de las emociones entre las culturas (Heelas, 1986;
Russel, 1991). Además, en tanto cada palabra sobre una emoción representa un
escenario cognitivo, no puede suponerse que tales palabras reflejan estados
psicológicos universales que no varían de una cultura a otra (Wierszbicka,
1995).
En
síntesis, hay un conjunto substancial de evidencia intercultural que arroja
dudas respecto de la validez universal de muchas de las categorías con las
cuales la disciplina ha venida operando. A diferencia del sentido común, estas
categorías no ocupan lugares extraños más
allá de la cultura, sino que están insertas en una particular subcultura
profesional. Hay cierta arrogancia en dar por sentado que, sólo a lo largo de
una miríada de formas alternativas de hablar sobre la acción y la experiencia
individual, el lenguaje psicológico americano del siglo XX refleja fielmente la
estructura natural y universal de los fenómenos que llamamos “psicológicos”. Si
se puede evitar tal arrogancia, debe emprenderse un examen más detallado de
este lenguaje.
Las categorías de la psicología
¿Las
categorías que son comunes actualmente entre nosotros, tales como cognición,
emoción, aprendizaje, motivación, personalidad, actitud, inteligencia, etc., representan
clases naturales? ¿Somos personas que casualmente han dado contra una
red nomológica que refleja genuinamente lo natural, lo objetivo, las divisiones a lo largo de clases de hechos psicológicos? Tal vez. Pero si es
así, no es por nuestros métodos superiores de investigación empírica. Porque
las categorías en cuestión no fueron inventadas como consecuencia de la
investigación empírica- estaban allí antes de que nadie las usara para
identificar los objetos de los estudios empíricos. Los psicólogos no inventaron
el concepto de “emoción”, por ejemplo, para explicar algunos hallazgos
empíricos, obtuvieron ciertos hallazgos empíricos por su deseo de investigar un
grupo de hechos que su cultura les ha enseñado a distinguir como “emocionales”.
Los
objetos de una ciencia usualmente están tomados para referirse a algún aspecto
distintivo de una realidad cuya existencia es pensada independientemente de la
ciencia de la cual son objetos. Cuando planteamos que la ciencia psicológica
contribuye a nuestro conocimiento de las actitudes, los motivos, las
personalidades, etcétera, asumimos que la realidad psicológica se divide a lo
largo de las líneas indicadas por esta red aceptada de categorías. Una
sensación no es una actitud y un motivo no es un recuerdo, aunque por supuesto
puedan existir relaciones entre ellos. De manera similar, la teoría psicológica
comúnmente construye hipótesis acerca de
la estructura de las actitudes o las leyes de aprendizaje, pero no cuestiona
que la “actitud” y el “aprendizaje” describen distintas clases que requieren
cada una sus propios constructo teórico. En otras palabras, la teoría
psicológica opera sobre la base de algunos preacuerdos acerca de aquello
respecto de lo cual la misma se refiere.
Tradicionalmente,
los psicólogos se han sentido justificados al ignorar este problema adoptando
un tipo de convencionalismo. Por esta razón, la denominación de las categorías
psicológicas es realmente bastante arbitraria. Los mecanismos de medición
psicológicos generan productos a los que se asignan nombres. La mayor parte del
tiempo, los términos del uso común son empleados con este propósito, pero en
último análisis es únicamente la operación de medida la que define el
significado científico del término. Si este significado científico se corresponde
con el significado corriente del término es un asunto empírico, a ser resuelto
estableciendo la “validación externa” del procedimiento.
El
problema con esta forma de deshacerse del tema es que conjuga el sentido del término con su referente. Decir que la inteligencia es
lo que miden los tests de inteligencia, por ejemplo, establece una referencia
particular al término “inteligencia” pero no establece su sentido. El acto de
categorizar un fenómeno siempre involucra dos decisiones. Primero decidimos qué
es realmente un fenómeno con suficiente singularidad y estabilidad como para
que se justifique darle un nombre. El fenómeno ahora dará una referencia a
cualquier nombre que elijamos. Pero el nombre también debería ser el nombre correcto. Entonces ahora tendremos que
definir cuál es el apropiado para usar en la miríada de nombres de que
disponemos. Al tomar esta decisión
hemos optado por el sentido particular que nuestro nombre puede tener. Sentido
y referente son independientes. En la investigación psicológica a veces sucede
que después de que un fenómeno ya ha sido nombrado resulta ser irreproducible.
En este caso hay serias dudas acerca de si es un fenómeno real, después de
todo, y por tanto podemos quedar con un término sin referencia en el mundo por
fuera de la página impresa. Pero tal término todavía tendría sentido. El término “unicornio” tiene algún sentido,
aunque no haya unicornios. De manera similar el término “inteligencia”, tendría
algún sentido, incluso si resultara que no hay nada en los individuos humanos
que se corresponda con ese término. De manera inversa, puede haber algo allí
afuera pero puede resultar que “inteligencia” sea una palabra completamente
errónea para eso. En ese caso, podría haber una referencia pero nuestro sentido
de qué era habría estado equivocado.[iii]
Lo
que le da un sentido particular a un término es el discurso del cual es parte.
Mi colega indonesio entendía el sentido de términos como “inteligencia” y
“motivación” porque estaba familiarizado con ciertos textos psicológicos de
occidente. Y sabía cómo eran usados estos términos en esos textos. Si no
hubiera estudiado esta literatura no habría sabido qué hacer con tales
términos. De manera similar, para comprender adecuadamente sus términos, yo hubiera tenido que familiarizarme con su
literatura psicológica. Solamente señalar fenómenos no textuales no podría
haber hecho el trabajo por ninguno de nosotros. Para comprender tales
categorías hubiéramos necesitado, no solamente ejemplos positivos, sino también alguna apreciación sobre cómo cada
categoría estaba inserta en relaciones de distinción, oposición, supra y
subordinación, etc. respecto de otras categorías. Y eso sólo puede concluirse a
partir de un discurso que las abarcara a todas ellas. Para entender qué hace
ilustrativo a un ejemplo no hubiera sido suficiente observar, hubiéramos tenido
que entrar en un mundo de discurso en el cual tiene lugar la categoría en
cuestión. La distinción entonces, es entre un discurso que provee términos con
su significado y algo afuera respecto a lo cual los términos pueden referirse.
Este algo afuera puede o no ser otro discurso. Apuntar a la referencia de un
término de clasificación no puede proveer su significado, a menos que nos sea
dicho, o que ya conozcamos, qué características del referente lo hacen un
miembro de la clase. Para esto tenemos que confiar en una interpretación
discursiva de lo que observamos.
Podemos
sólo comunicar (y probablemente sólo hacer) observaciones empíricas aplicando
una red de categorías preexistentes. Toda descripción empírica es una
exposición que ha sido organizada en términos de ciertas categorías generales.
Estas categorías definen qué es lo que está siendo observado. Para que una
observación sea psicológicamente relevante e interesante debe ser expresada en
términos de categorías psicológicas. El informe de que el lápiz en la mano de
alguien entra en contacto con un pedazo de papel a una cierta distancia desde
la parte superior de la página no cuenta como una observación empírica en
psicología de la personalidad. El informe de que alguien recibe cierto puntaje
en la Escala de la ansiedad manifiesta de Taylor sí. No es suficiente hacer
cualquier clase de observación en ciencia, deben hacerse observaciones
relevantes. Y no pueden hacerse observaciones psicológicas relevantes si no se
usan categorías psicológicas. Tenemos que tener algunos acuerdos sobre nociones
acerca de qué es lo que estamos investigando antes de que podamos hacer
contribuciones empíricas a la suma total de nuestro conocimiento compartido. Esto
no quiere decir que nuestras preconcepciones sean necesariamente incorregibles.
Pero cuanto más las damos por sentadas, menos nos percatamos de su existencia, y menos probabilidad hay de
corregirlas cuando son puestas a prueba en la práctica.
Y
esta clase de incorregibilidad puede privarnos de los frutos de nuestra
investigación empírica. Nuestra tradición empírica nos ha acostumbrado a
corregir constantemente nuestras teorías explícitas
acerca de los tipos de hechos psicológicos a la luz de la evidencia
empírica. Pero la filosofía post-empírica nos advierte acerca de otra clase de
teoría, por ejemplo, los supuestos acerca de nuestro tema que están implícitos
en las categorías que usamos para definir los objetos de nuestra investigación
y para expresar nuestros hallazgos empíricos. Si convertimos estos supuestos en
prácticamente incorregibles porque nunca los examinamos establecemos límites
muy estrechos al progreso de nuestra ciencia.
Para
la psicología este problema es particularmente serio porque incluso después de
un siglo de práctica especializada muchos de sus términos permanecen
fuertemente dependientes de acuerdo compartidos en la cultura general. La
psicología pudo haber desarrollado ciertas teorías acerca de la motivación, acerca
de la personalidad, acerca de las
actitudes, etc., pero la red de categorías que asignan una realidad distintiva
a la motivación, la personalidad, las actitudes, etc., ha sido tomada de una
comunidad lingüística mucho más amplia de la que los psicólogos son parte. La
mayoría de los psicólogos quieren preservar la relevancia de su trabajo para la
vida exterior al laboratorio. Para hacer esto deben demostrar correlaciones
entre sus categorías científicas y los fenómenos definidos en términos de las
categorías comunes de la vida cotidiana. Pero esto supone incorporar mucho del
sentido tradicional de las categorías corrientes.
Aunque
los psicólogos son convencionales en la definición de sus conceptos teóricos,
actúan como un naturalista inocente respecto de los dominios que sus teorías
tienen la intención de explicar. Tienden a proceder como si las categorías
corrientes representaran clases naturales, como si las distinciones expresadas
en sus categorías básicas reflejaran fielmente las divisiones naturales entre
los fenómenos psicológicos[iv].
Los debates psicológicas típicamente asumen que hay realmente una clase
distintiva de entidad allí afuera que se corresponde exactamente con aquello a
lo que nos referimos como una actitud, por ejemplo, y que es naturalmente
diferente en su clase de otros tipos de entidades allí afuera para las cuales
tenemos diferentes categorías de nombres, como motivos y emociones. Por
supuesto, nuestros naturalistas están siempre convencidos de que son las
categorías que se volvieron populares en el siglo XX, y no cualquier conjunto
de categorías pasadas de moda, las que representan exactamente las clases
naturales en las que está dividido el objeto de la psicología. Pero, como vimos
en la sección anterior, la existencia de psicologías alternativas fomenta
cierto escepticismo acerca de tales conclusiones.
Los
psicólogos se han ocupado cuidadosamente de hacer claros y explícitos sus
conceptos teóricos. Pero gran parte de este esfuerzo ha resultado inútil por su
complacencia respecto de la forma en que los fenómenos psicológicos son
categorizados. El significado de estas categorías conlleva una enorme cantidad
de supuestos y preconceptos no examinados ni cuestionados. Para el momento en
que las teorías psicológicas explícitas son formuladas, la mayor parte del
trabajo teórico ya ha tenido lugar – está inserto en las categorías usadas para
describir y clasificar los fenómenos psicológicos. Para sacar a la luz este
nivel oculto de la teoría, para hacerlo visible, necesitamos un análisis del
discurso del que las categorías psicológicas obtienen su sentido.[v]
Pero es difícil llevar adelante este análisis no se reconoce una característica
fundamental de este discurso, a saber, que es una construcción histórica. Todas
las categorías psicológicas han cambiado su significado a lo largo de la
historia, y el discurso del cual eran parte también. Para alcanzar una
comprensión de estas categorías en uso común en este momento, necesitamos
verlas en una perspectiva histórica. Cuando volvemos al origen histórico de
estas categorías solemos descubrir que lo que más tarde se volvió oculto y dado
por sentado aún permanece abierto y es cuestionable. También descubrimos
algunas de las razones por las que fue introducida una nueva categoría y por
quién. Este es el tipo de trabajo al que está dedicado este libro.
Historiografía
Observar
las categorías psicológicas con una perspectiva histórica se opone directamente
a una de las características más profundamente arraigada de la psicología
moderna: su ahistoricismo. La
historia sólo se admite dentro del discurso psicológico en la forma del
desarrollo individual, e incluso en esta forma es comúnmente segregada como un
campo separado del resto de la disciplina. En lo que se refiere a la historia
en el sentido común, no se considera que tenga significación alguna para la
investigación psicológica actual o para sus resultados.
La
razón más obvia para esto está basada en la deseada identificación de la
psicología con las ciencias naturales.[vi]
Se supone que la investigación psicológica está interesada en objetos
naturales, no históricos, y se considera que sus métodos son los de las
ciencias naturales, no los de la historia. La psicología está comprometida en
la investigación de procesos como la cognición, la percepción, la motivación,
como fenómenos históricamente invariantes de la naturaleza, no como fenómenos
sociales históricamente determinados. En consecuencia, ha favorecido
fuertemente el abordaje experimental de las ciencias naturales y ha rechazado
los métodos textuales y documentales de la historia. Esto significa que los
estudios históricos tienen tan poca relevancia para el trabajo actual en la
disciplina psicológica como la historia de la física lo tiene para el trabajo
actual en esa ciencia. En ambos casos, el bajo status de la historia se apoya
en una creencia implícita en el progreso científico. Si el devenir histórico de
la ciencia representa un perfeccionamiento acumulativo del conocimiento,
entonces el pasado consiste simplemente en aquello que ha sido superado. La
razón principal para ocuparse de él es para celebrar el progreso, para
felicitarnos a nosotros mismos por haber llegado a la verdad respecto de la
cual el más inteligente de nuestros predecesores sólo pudo hacer conjeturas.
Una
característica de esta clase de historiografía es su aceptación sin cuestión de
las arraigadas divisiones actuales entre los dominios psicológicos. Se asume
que tales divisiones reflejan verdaderamente la estructura real de una
naturaleza humana atemporal. De este modo, aunque los escritores anteriores al
siglo XX no hayan organizado sus reflexiones acerca de temas como la
“inteligencia”, la “personalidad” y la “motivación”, son presentados como
habiendo tenido teorías acerca de tales temas. Si se reconocen cambios en tales
categorías, la que se sostiene para definir su verdadera naturaleza es su forma
presente, de modo que el trabajo antiguo es interesante sólo en tanto que
“anticipa” lo que ahora sabemos que es verdadero[vii].
En ese caso, lo único que podemos aprender de la historia es una vieja lección sobre
soberbia: podemos ver más allá que nuestros predecesores porque nos paramos
“sobre los hombros de gigantes”. Si este va a ser el abordaje de los estudios
históricos se puede justificar la duda acerca de su valor, puesto que su única
función con respecto a la práctica actual sería la de celebrar.
La
antigua historiografía era una expresión de una filosofía positivista que
reconoce sólo dos clases de factores en el desarrollo de la ciencia: los
fenómenos empíricos y las teorías explícitas que explicarían estos fenómenos.
Lo que no estaba reconocido era el factor que ha sido enfatizado aquí, a saber,
la organización de ambos, los fenómenos y las teorías por un marco de
categorías que incorporan supuestos dados por sentado acerca del objeto que se
investiga.
El
historiador de la biología francés, Georges Canguilhem, fue quizá el primero en
hacer de este reconocimiento la base de su trabajo. Uno de los temas cuya
historia investigó Canguilhem fue el del reflejo (Canguilhem, 1955). Pero ¿qué
es un reflejo? Claramente, no es una teoría. Ha habido muchas teorías acerca del reflejo pero el reflejo en sí
mismo no es una teoría. ¿Es un fenómeno, entonces? Esta es la forma en que la
historiografía positivista siempre lo ha tratado. Pero cuando Descartes
conjeturó acerca de la mecánica corporal de las reacciones animales ¿estaba
abordando el mismo fenómeno que Sherrington observó en su laboratorio de
Cambridge dos siglos y medio después? Claramente no. ¿Qué puede conectar a
ambos? La solución de Canguilhem fue apuntar a la existencia de una tercera
clase de entidad, ni el fenómeno ni la teoría, a la que se refiere como un
concepto. El reflejo era un concepto, una forma de agrupar observaciones y de
darle una significación particular. En la historia de las ciencias necesitamos
centrarnos en los cambios de los conceptos si queremos ir más allá de las
superficialidades. De hecho, el análisis de Canguilhem del concepto de reflejo lo llevó a concluir que Descartes no puede ser
considerado como quien lo originó y a mostrar exactamente cuándo y por qué este
particular mito de origen hizo su aparición.[viii]
Otros temas a los que Canguilhem dirigió su atención fueron los de la
regulación biológica (1988) y la normalidad (1989). Nuevamente, su
investigación histórica estuvo interesada en conceptos que “nos ofrecen la
comprensión inicial de un fenómeno que nos permite formular de una forma
científicamente útil la pregunta respecto a cómo explicarlo” (Gutting, 1990).
A
lo que Canguilhem se refiere como un “concepto” es muy cercano a las “categorías”
que conforman el tema del presente volumen.[ix] Un ejemplo de tal categoría es la de
“estímulo”, cuya antigua historia es discutida en el capítulo 4. Como en el
caso del reflejo, podemos preguntar, ¿qué es un estímulo? Se pueden tener
teorías acerca de cómo actúan los
estímulos, pero un estímulo no es una teoría, tampoco es un fenómeno puro. Es
un fenómeno interpretado de una determinada manera, un fenómeno con una
particular descripción, a saber, como un estímulo. Cualquier fenómeno
clasificado como un estímulo también puede ser descripto en términos de alguna
otra categoría. La posibilidad de describir algo como un estímulo no siempre
existió. Esta categoría hizo su entrada histórica en un determinado momento, y
en el curso de su historia subsiguiente experimentó muchos cambios (Danziger,
1992b). Una parte de esa historia es rastreada en el capítulo 4.
Al
ignorar el hecho de que las categorías científicas tiene una historia se hace
posible evitar preguntas fundamentales. Una forma en la que esto opera es a
través de la historia de las especialidades. Producir una historia de la
“psicología motivacional”, es una vía excelente de esquivar la historicidad de
la categoría de motivación en sí misma. La existencia real, independientemente
de cualquier discurso, de divisiones naturales entre fenómenos motivacionales y
otros fenómenos es asumida desde el comienzo, y todo lo que permanece es la
reconstrucción de algún material histórico que encaje en esta división. Como
Markus (1987) ha sugerido, esta clase de historia debería ser considerada como
un modo de consolidar consensos entre científicos que no pueden permitirse ni
los efectos disruptivos de una controversia persistente acerca de temas
fundamentales ni los efectos desmoralizantes del escepticismo acerca de las
construcciones intelectuales en las cuales se basa su trabajo.
En
el pasado, la historiografía positivista coexistió cómodamente con otra
tendencia, derivada de la así llamada historia de las ideas. En ese abordaje,
el desarrollo moderno de las especializaciones psicológicas es visto sobre el
fondo de parámetros categoriales históricamente permanentes que siempre han
dirigido la reflexión psicológica dentro de un número limitado de cauces–
dieciocho según R.I.Watson (1971), un prominente representante de este abordaje en la historiografía de la
psicología. Estos cauces son definidos por pares de oposición: funcionalismo
vs. estructuralismo, fisicalismo vs. mentalismo, monismo vs. dualismo, etc.
Estas polaridades nunca han cambiado, desde Homer hasta B. F. Skinner, lo que
cambia históricamente son las normas dominantes que prescriben la posición a
ser tomada respecto de las eternas categorías bipolares. Este esquema es
meramente un ejemplo extremo de lo que alguna vez fue un abordaje común que de hecho
eliminó la historia de las categorías psicológicas negando que tienen una historia.[x]
El
ahistoricismo conformó las bases comunes de este abordaje y la historia de las
especializaciones con la cual coexistió. Mientras esta última simplemente
ignoró la posibilidad de que las categorías psicológicas actuales puedan ser
material histórico efímero, aquellos inspirados en la historia de las ideas
elevaron tales categorías al status de eternamente dadas. En ambos casos, la
historia es reemplazada por el esencialismo. Las categorías actualmente de moda
en la psicología americana son tomadas como expresiones de algunas
características atemporales que definen la naturaleza humana. Inevitablemente,
tal abordaje es víctima de un flagrante localismo que eleva intereses locales y
efímeros al status de verdades eternas.
En
contraste, este libro comienza con el supuesto de que la esencia de las
categorías psicológicas (en la medida en que tengan alguna) radica en su
estatus de objetos históricamente construidos. No hay “problemas perennes”
conduciendo la historia de la psicología a través de los tiempos (cf. Skinner,
1988ª). En diferentes momentos y en diferentes lugares categorías psicológicas
significativas han sido construidas y reconstruidas con la intención de abordar
diferentes problemas y para responder a una variedad de preguntas, muchas de
ellas no esencialmente psicológicas en absoluto[xi].
La identificación con las ciencias naturales no garantiza ni mucho menos que
las categorías psicológicas estén exentas del flujo de la historia. Incluso las
categorías de la física son construcciones históricas, como algunos filósofos
han observado:
Ya sea el espacio, el tiempo, los
cielos estrellados, las fuerzas que mueven los cuerpos o algunos otros objetos
de la ciencia, buscaremos en vano por algún significado compartido o común que
pueda aplicarse a cualquiera de estos objetos a lo largo de sus respectivas
historias y los cuales como tales, como
una línea roja atravesando los cambios en los significados y lentamente ampliándose,
pueda servir como el campo común y continuo para todas las teorías científicas
consagrada a cualquiera de tales objetos. Fue muy difícil para la humanidad
comprender que no se marca el mismo tiempo en todas las partes del mundo. Es
quizás aún más difícil de captar que cuando investigamos algún objeto
científico, hoy y como existió en el pasado, no estamos necesariamente hablando
de una y la misma cosa (Hübner, 1983:123)
Escribir
historia no es la misma cosa que explorar la historicidad. Como muestran los ejemplos mencionados de la
historiografía de la psicología, es bastante posible escribir la historia de un
modo completamente ahistórico. Los individuos y sus ideas se siguen unos a
otros en una secuencia extensa, pero las ideas sólo son variaciones en un
conjunto finito de temas constantes y todos los individuos toman posiciones
respecto del mismo conjunto de cuestiones. La exploración de la historicidad,
sin embargo, implica buscar la configuración radical de los temas, las
preguntas, e incluso los individuos, por circunstancias históricas
particulares. Este libro está mucho más interesado en la historicidad,
específicamente, en la historicidad de las categorías psicológicas, que en la
escritura de la historia.
Pero
¿cómo se explora la historicidad de las categorías? Aquí es donde entra el
lenguaje. Las categorías del discurso científico tienen nombres que las identifican y objetivizan y las sitúan en una red
de relaciones semánticas con otras categorías. ¿Puede, entonces, explorarse la
historia de las categorías rastreando la historia de sus nombres? Hace veinte
años aproximadamente, Raymond Williams (1976) intentó hacer algo en esta
dirección en un libro que llamó Palabras
clave (1976). Analizó términos de
una importancia fundamental en el debate social y político, términos como
“democracia” y “sociedad”. Algunos de estos términos eran psicológicos,
“comportamiento” y “personalidad”, por ejemplo. En el caso de “comportamiento”
puso de relieve cómo el cambio del siglo XX en el significado de la palabra ha
sido en la dirección de suministrar una descripción moralmente neutral de las
acciones humanas. Las exploraciones de Williams constituyen un interesante
esfuerzo precursor, pero tienen sus limitaciones (Farr, 1989; Skinner, 1988b).
En
primer lugar, hay problemas con la identificación de palabra y concepto que
está implícita en el abordaje de Williams. ¿No es posible que hubiera un
reconocimiento del concepto de democracia, por ejemplo, antes de que la gente
tuviera esa palabra? En última instancia, la respuesta a tal pregunta depende
de la perspectiva que se tenga respecto del rol del lenguaje. Pero es
preferible abordar esa pregunta después, y no antes, de reunir evidencia del
desarrollo histórico de las categorías psicológicas[xii].
En extensas partes del presente estudio el problema de la palabra y el concepto
apenas aparece. Esto es porque, por lo general, vamos a estar interesados en un
caso especial, a saber, el uso de categorías en un contexto disciplinar. El
efecto de tal contexto es producir una estandarización convergente de ambos,
lenguaje y concepto. Por otra parte, al estudiar la emergencia de las categorías, los cambios en el significado de los
términos proveen las mejores pistas que tenemos, como un reconocido historiador
ha observado, “el signo más seguro de que un grupo o una sociedad ha
incorporado una posesión autoconsciente de un nuevo concepto es que será
desarrollado un vocabulario correspondiente, un vocabulario que podrá ser usado
entonces para distinguir y discutir el concepto con regularidad” (Skinner,
1988b:120)
El
abordaje de las “palabras clave” también conlleva el peligro potencial, al
tomar palabras aisladas como su foco, de promover una explicación excesivamente
atomística de la historia conceptual. Es importante, entonces, no perder de
vista el hecho de que los términos individuales siempre están insertos en una
red de relaciones semánticas de la cual derivan su sentido y su significación.
En tal red, los cambios en el significado de un término no son independientes
de los cambios en el significado de otros términos y la significación de cada
término depende de la posición que ocupa en una totalidad mayor que es mejor
analizar como una formación discursiva. Con
esto quiero decir un lenguaje que constituye un mundo integrado de significados
en el cual cada término articula con otros términos para formar un marco
coherente que represente una clase de conocimiento que es concebido como
verdadero y una clase de práctica que es concebida como legítima.[xiii]
La
historia de las categorías como elementos en formaciones discursivas obviamente
no puede ser escrita en términos de la historia de los personajes individuales.
Un lenguaje tiene su propia historia; es el trabajo de muchos y da cuenta del
pensamiento y la práctica de grandes grupos. Nuevamente, hay una diferencia
entre las clases de historia que generalmente han sido promovidas por los
historiadores de la psicología y la clase de historia llevada a cabo aquí.
Justificadamente, cuando los psicólogos dirigen la atención a la historia de su
tema, lo hacen con un enfoque de psicólogo que promueve explicaciones centradas
en los individuos. Su formación profesional es probable que exagere una ya
fuerte tendencia cultural a interpretar hechos sociales y culturales en
términos de acciones, pensamientos y personalidades de los individuos. Como
gran parte de la psicología social, esta tendencia usualmente está basada en un
individualismo implícito que reduce todos los fenómenos sociales a los
comportamientos individuales.[xiv]
La misma noción de la historia como una historia de formaciones discursivas es
extraña a este abordaje. Está más en sintonía con la tendencia historiográfica más
reciente como el “giro lingüístico” en
la historia de la ciencia (Golinski, 1990).
El
rechazo del individualismo metafísico no significa que toda referencia a los
actores individuales históricos debe ser evitada. Una historia del lenguaje
psicológico escrita de esta manera probablemente pueda parecer en gran medida
un diccionario etimológico. De hecho, esta fue una de las limitaciones del
abordaje de las “palabras clave” de Williams. Pudo describir los cambios
históricos pero sólo pudo especular acerca de las razones. Para llegar a las
razones de los cambios se tienen que relacionar los textos con los actores
históricos. Pero esto no significa explicar el texto en términos de la vida
personal de su autor. Los autores entran en acción sólo como agentes
históricos. A través de sus textos los autores intervienen y se convierten en
parte de un proceso histórico en curso. Sus textos pueden hacer algo, pero la significación histórica de lo que hacen no
depende de las intenciones personales del autor tanto como de la situación del
campo discursivo del cual el texto es parte. Un intelectual historiador
reconocido ha expresado esto del siguiente modo:
Cuando preguntamos acerca de la
“intención” de un autor, estamos, fundamentalmente, buscando evidencia, no
acerca de su estado mental mientras escribió un trabajo particular, sino acerca
de determinadas características objetivas de su texto, y especialmente acerca
de su relación a un complejo dado de otros textos. Estamos haciendo preguntas,
en síntesis, acerca de las características situacionales de un texto en este
campo. (Ringer, 1990:271)
En
los capítulos que siguen habrá muchas referencias a las contribuciones
individuales consideradas como elementos de las formaciones discursivas, no
como elementos en biografías personales.
Esto no es un resumen, es el texto entero no?
ResponderEliminar