Michel Foucault
El ojo del poder
“El ojo del poder”, Entrevista con Michel
Foucault, en Bentham, Jeremías: “El Panóptico”,
Ed. La Piqueta, Barcelona, 1980. Traducción de
Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría.
Jean-Pierre Barou: El Panóptico de Jeremías Bentham es una obra editada a
finales del siglo XVIII que ha permanecido desconocida. Sin embargo, tú has
escrito una serie de frases sobre ella tan sorprendentes como éstas: “Un
acontecimiento en la historia del espíritu humano”, “Una especie de huevo de
Colón en el campo de la política”. Por lo que se refiere a su autor, el jurista
inglés Jeremías Bentham, lo has presentado como el “Fourier de una sociedad
policial”.(1) Para nosotros es un misterio. Pero, explícanos,
cómo has descubierto El Panóptico.
Michel Foucault: Estudiando los orígenes de la
medicina clínica; había pensado hacer un estudio sobre la arquitectura
hospitalaria de la segunda mitad del siglo XVIII, en la época en la que se
desarrolla el gran movimiento de reforma de las instituciones médicas. Quería
saber cómo se había institucionalizado la mirada médica; cómo se había inscrito
realmente en el espacio social; cómo la nueva forma hospitalaria era a la vez
el efecto y el soporte de un nuevo tipo de mirada. Y examinando los diferentes
proyectos arquitectónicos posteriores al segundo incendio del Hotel-Dieu en
1972 me di cuenta hasta qué punto el problema de la total visibilidad de los
cuerpos, de los individuos, de las cosas, bajo una mirada centralizada, había
sido uno de los principios básicos más constantes. En el caso de los hospitales
este problema presentaba una dificultad suplementaria: era necesario evitar los
contactos, los contagios, la proximidad y los amontonamientos, asegurando al
mismo tiempo la aireación y la circulación del aire; se trataba a la vez de
dividir el espacio y de dejarlo abierto, de asegurar una vigilancia que fuese
global e individualizante al mismo tiempo, separando cuidadosamente a los
individuos que debían ser vigilados. Había pensado durante mucho tiempo que estos
eran problemas propios de la medicina del siglo XVIII y de sus concepciones
teóricas.
Después, estudiando los problemas de la penalidad, he visto que todos
los grandes proyectos de remozamiento de las prisiones (que dicho sea de paso
aparecen un poco más tarde, en la primera mitad del siglo XIX), retornaban al
mismo tema, pero ahora refiriéndose casi siempre a Bentham. Casi no existían
textos ni proyectos acerca de las prisiones en los que no se encontrase el
“invento” de Bentham, es decir, el “panóptico”.
El principio era: en la periferia un edificio circular; en el centro una
torre; ésta aparece atravesada por amplias ventanas que se abren sobre la cara
interior del círculo. El edificio periférico está dividido en celdas, cada una
de las cuales ocupa todo el espesor del edificio. Estas celdas tienen dos
ventanas: una abierta hacia el interior que se corresponde con las ventanas de
la torre; y otra hacia el exterior que deja pasar la luz de un lado al otro de
la celda. Basta pues situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada
celda un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un alumno. Mediante el
efecto de contra-luz se pueden captar desde la torre las siluetas prisioneras
en las celdas de la periferia proyectadas y recortadas en la luz. En suma, se
invierte el principio de la mazmorra. La plena luz y la mirada de un vigilante
captan mejor que la sombra que en último término cumplía una función
protectora.
Sorprende constatar que mucho antes que Bentham esta preocupación
existía ya. Parece que uno de los primeros modelos de esta visibilidad aislante
había sido puesto en práctica en la Escuela militar de París en 1755 en lo
referente a los dormitorios. Cada uno de los alumnos debía disponer de una
celda con cristalera a través de la cual podía ser visto toda la noche sin
tener ningún contacto con sus condiscípulos, ni siquiera con los criados.
Existía además un mecanismo muy complicado con el único fin de que el peluquero
pudiese peinar a cada uno de los pensionistas sin tocarlo físicamente: la
cabeza del alumno pasaba a través de un tragaluz, quedando el cuerpo del otro
lado de un tabique de cristales que permitía ver todo lo que ocurría. Bentham
ha contado que fue su hermano el que visitando la Escuela militar tuvo la idea
del panóptico. El tema de todas formas estaba presente. Las realizaciones de
Claude-Nicolas Ledoux, concretamente la salina que construye en Arc-et-Senans,
se dirigen al mismo efecto de visibilidad, pero con un elemento suplementario:
que exista un punto central que sea el lugar del ejercicio y, al mismo tiempo,
el lugar de registro del saber. De todos modos si bien la idea del panóptico es
anterior a Bentham, será él quien realmente la formule, y la bautice. El mismo
nombre de “panóptico” parece fundamental. Designa un principio global. Bentham
no ha pues simplemente imaginado una figura arquitectónica destinada a resolver
un problema concreto, como el de la prisión, la escuela o el hospital. Proclama
una verdadera invención que él mismo denomina “huevo de Colón”. Y, en efecto,
lo que buscaban los médicos, los industriales, los educadores y los penalistas,
Bentham se lo facilita: ha encontrado una tecnología de poder específica para
resolver los problemas de vigilancia. Conviene destacar una cosa importante:
Bentham ha pensado y dicho que su procedimiento óptico era la gran
innovación para ejercer bien y fácilmente el poder. De hecho, dicha innovación
ha sido ampliamente utilizada desde finales del siglo XVIII. Sin embargo los
procedimientos de poder puestos en práctica en las sociedades modernas son
mucho más numerosos, diversos y ricos. Sería falso decir que el principio de
visibilidad dirige toda la tecnología de poder desde el siglo XIX.
Michelle Perrot: ¡Pasando por la arquitectura! ¿Qué pensar por otra parte de la arquitectura
como modo de organización política? Porque en último término todo es espacial,
no solo mentalmente, sino materialmente en este pensamiento del siglo XVIII.
Foucault: Desde finales del siglo XVIII la arquitectura
comienza a estar ligada a los problemas de población, de salud, de urbanismo.
Antes, el arte de construir respondía sobre todo a la necesidad de manifestar
el poder, la divinidad, la fuerza. El palacio y la iglesia constituían las
grandes formas a las que hay que añadir las plazas fuertes: se manifestaba el
poderío, se manifestaba el soberano, se manifestaba Dios. La arquitectura se ha
desarrollado durante mucho tiempo alrededor de estas exigencias. Pero, a
finales del siglo XVIII, aparecen nuevos problemas: se trata de servirse de la
organización del espacio para fines económico-políticos.
Surge una arquitectura específica. Philippe Aries ha escrito cosas que
me parecen importantes sobre el hecho de que la casa, hasta el siglo XVIII, es
un espacio indiferenciado. En este espacio hay habitaciones en las que se
duerme, se come, se recibe..., en fin poco importa. Después, poco a poco, el
espacio se especifica y se hace funcional. Un ejemplo es el de la construcción
de las ciudades obreras en los años 1830-1870. Se fijará a la familia obrera; se le va a prescribir un tipo de
moralidad asignándole un espacio de vida con una habitación que es el lugar de
la cocina y del comedor, otra habitación para los padres, que es el lugar de la
procreación, y la habitación de los hijos. Algunas veces, en el mejor de los
casos, habrá una habitación para las niñas y otra para los niños. Podría
escribirse toda una “historia de los espacios” -que sería al mismo
tiempo una “historia de los poderes”- que comprendería desde las grandes
estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del habitat, de la
arquitectura institucional, de la sala de clase o de la organización
hospitalaria, pasando por las implantaciones económico-políticas. Sorprende ver
cuánto tiempo ha hecho falta para que el problema de los espacios aparezca como
un problema histórico-político, ya que o bien el espacio se reenviaba a la
“naturaleza” -a lo dado, a las determinaciones primeras, a la “geografía
física”- es decir a una especie de capa “prehistórica”, o bien se lo concebía
como lugar de residencia o de expansión de un pueblo, de una cultura, de una
lengua, o de un Estado. En suma, se lo analizaba o bien como suelo, o
bien como aire; lo que importaba era el sustrato o las fronteras.
Han sido necesarios Marc Bloch y Fernand Braudel para que se desarrolle una
historia de los espacios rurales o de los espacios marítimos. Es preciso
continuarla sin decirse simplemente que el espacio predetermina una historia
que a su vez lo remodela y se sedimenta en él. El anclaje espacial es una forma
económico-política que hay que estudiar en detalle. Entre todas las razones que
han inducido durante tanto tiempo a una cierta negligencia respecto a los
espacios, citaré solamente una que concierne al discurso de los filósofos. En
el momento en el que comenzaba a desarrollarse una política reflexiva de los
espacios (finales del siglo XVIII), las nuevas adquisiciones de la física
teórica y experimental desalojaron a la filosofía de su viejo derecho de hablar
del mundo, del cosmos, del espacio finito e infinito. Esta doble
ocupación del espacio por una tecnología política y por una práctica científica
ha circunscrito la filosofía a una problemática del tiempo. Desde Kant, lo que
el filósofo tiene que pensar es el tiempo -Hegel, Bergson, Heidegger-, con una
descalificación correlativa del espacio que aparece del lado del entendimiento,
de lo analítico, de lo conceptual, de lo muerto, de lo fijo, de lo inerte.
Recuerdo haber hablado, hace una docena de años de estos problemas de una
política de los espacios, y se me respondió que era bien reaccionario insistir
tanto sobre el espacio, que el tiempo, el proyecto, era la vida y el progreso.
Conviene decir que este reproche venía de un psicólogo -verdad y vergüenza de
la filosofía del siglo XIX-.
M. P.: De paso, me parece que la noción de sexualidad es muy
importante tal como señaló Ud. a propósito de la vigilancia en el caso de los
militares; de nuevo aparece este problema con la familia obrera; es sin duda
fundamental.
Foucault: Totalmente de acuerdo. En estos temas de vigilancia, y en
particular de la vigilancia escolar, los controles de la sexualidad se
inscriben en la arquitectura. En el caso de la Escuela militar las paredes
hablan de la lucha contra la homosexualidad y la masturbación.
M. P.: Siguiendo con la arquitectura, ¿no le parece que
individuos como los médicos, cuya participación social es considerable a
finales del siglo XVIII, han desempeñado de algún modo un papel de
organizadores del espacio? La higiene social nace entonces; en nombre de la
limpieza, la salud, se controlan los lugares que ocupan unos y otros. Y los
médicos, con el renacimiento de la medicina hipocrática, se sitúan ente los más
sensibilizados al problema del entorno, del lugar, de la temperatura, datos que
encontramos en la encuesta de Howard sobre las prisiones.(2)
Foucault: Los médicos eran entonces en cierta medida especialistas
del espacio. Planteaban cuatro problemas fundamentales: el de los
emplazamientos (climas regionales, naturaleza de los suelos, humedad y
sequedad: bajo el nombre de “constitución”, estudiaban la combinación de los
determinantes locales y de las variaciones de estación que favorecen en un
momento dado un determinado tipo de enfermedad); el de las coexistencias
(ya sea de los hombres entre sí: densidad y proximidad; ya sea de los hombres y
las cosas: aguas, alcantarillado, ventilación; ya sea de los hombres entre sí:
densidad y proximidad; ya sea de los hombres y los animales: mataderos,
establos; ya sea de los hombres y los muertos: cementerios); el de las residencias
(habitat, urbanismo); el de los desplazamientos (emigración de los
hombres, propagación de las enfermedades). Los médicos han sido con los
militares, los primeros gestores del espacio colectivo. Pero los militares
pensaban sobre todo el espacio de las “campañas” (y por lo tanto el de los
“pasos”) y el de las fortalezas. Los médicos han pensado sobre todo el espacio
de las residencias y el de las ciudades. No recuerdo quién ha buscado en
Montesquieu y en Augusto Comte las grandes etapas del pensamiento sociológico.
Es ser bien ignorante. El saber sociológico se forma más bien en prácticas
tales como las de los médicos. Guepin ha escrito en los mismos comienzos del
siglo XIX un maravilloso análisis de la ciudad de Nantes.
De hecho, si la intervención de los médicos ha sido tan capital en esta
época, se debe a que estaba exigida por todo un conjunto de problemas políticos
y económicos nuevos: la importancia de los hechos de población.
M. P.: Es chocante además la gran cantidad de personas que se
ven concernidas por la reflexión de Bentham. En distintos sitios dice haber
resuelto los problemas de disciplina planteados por un gran número de
individuos a cargo de unos pocos.
Foucault: Al igual que sus contemporáneos Bentham se encuentra con
el problema de la acumulación de hombres. Pero mientras que los economistas
planteaban el problema en términos de riqueza (población-riqueza ya que mano de
obra, fuente de actividad económica, consumo; y población-pobreza ya que
excedente u ociosa), Bentham plantea la cuestión en términos de poder: la
población como blanco de las relaciones de dominación. Se puede decir,
creo, que los mecanismos de poder, que intervenían incluso en una monarquía
administrativa tan desarrollada como la francesa, dejaban aparecer huecos bastante
amplios: sistema lacunar, aleatorio, global, que no entra en detalles, que se
ejerce sobre grupos solidarios o practica el método del ejemplo (como puede
verse claramente en el sistema fiscal o en la justicia criminal); el poder
tenía pues una débil capacidad de “resolución” como se diría en términos de
fotografía, no era capaz de practicar un análisis individualizante y exhaustivo
del cuerpo social. Ahora bien, las mutaciones económicas del siglo XVIII han
hecho necesaria una circulación de los efectos de poder a través de canales
cada vez más finos, hasta alcanzar a los propios individuos, su cuerpo, sus
gestos, cada una de sus habilidades cotidianas. Que el poder, incluso teniendo
que dirigir a una multiplicidad de hombres, sea tan eficaz como si se ejerciese
sobre uno solo.
M. P.: Los crecimientos demográficos del siglo XVIII han
contribuido sin duda al desarrollo de un poder semejante.
J.-P. B.: ¿No es sorprendente
entonces saber que la Revolución francesa a través de personas como La Fayette,
ha acogido favorablemente el proyecto del panóptico? Se sabe que Bentham, como
premio a sus desvelos, ha sido hecho “Ciudadano francés” en 1791.
Foucault: Yo diría que Bentham es el complemento de Rousseau.
¿Cuál es, en efecto, el sueño rousseauniano que ha animado a tantos
revolucionarios?: el de una sociedad transparente, visible y legible a la vez
en cada una de sus partes; que no existan zonas oscuras, zonas ordenadas por
los privilegios del poder real o por las prerrogativas de tal o tal cuerpo, o
incluso por el desorden; que cada uno, desde el lugar que ocupa, pueda ver el
conjunto de la sociedad; que los corazones se comuniquen unos con otros, que
las miradas no encuentren ya obstáculos, que la opinión reine, la de cada uno
sobre cada uno. Starobinski ha escrito páginas muy interesantes respecto a este
tema en La Transparencia y el obstáculo y en La invención de la
libertad.
Bentham es a la vez esto y todo lo contrario. Plantea el problema de la
visibilidad, pero pensando en una visibilidad totalmente organizada alrededor
de una mirada dominadora y vigilante. Hace funcionar el proyecto de una
visibilidad universal, que actuaría en provecho de un poder riguroso y
meticuloso. Así, sobre el gran tema rousseauniano -que es en alguna medida el
lirismo de la Revolución- se articula la idea técnica del ejercicio de un poder
“omnicontemplativo” que es la obsesión de Bentham. Los dos se unen y el todo
funciona: el lirismo de Rousseau y la obsesión de Bentham.
M. P.: Hay una frase en el Panóptico: “Cada camarada se
convierte en un vigilante”.
Foucault: Rousseau habría dicho justamente lo inverso: que cada
vigilante sea un camarada. Véase El Emilio: el preceptor de Emilio es un
vigilante, es necesario que sea también un camarada.
J.-P. B.: La Revolución
francesa no sólo no hace una lectura próxima a la que hacemos ahora sino que
incluso encuentra en el proyecto de Bentham miras humanitarias.
Foucault: Justamente, cuando la Revolución se pregunta por una
nueva justicia el resorte para ella será la opinión. Su problema, de nuevo, no
ha sido hacer que las gentes fuesen castigadas; sino hacer que ni siquiera
puedan actuar mal en la medida en que se sentirían sumergidas, inmersas, en un
campo de visi-bilidad total en el cual la opinión de los otros, la mi-rada de
los otros, el discurso de los otros, les impidan obrar mal o hacer lo que es
nocivo. Esto está presente constantemente en los textos de la Revolución.
M. P.: El contexto
inmediato ha jugado también su papel en la adopción del panóptico por la
Revolución: en este momento el problema de las cárceles está a la orden del
día. A partir de 1770 tanto en Inglaterra como en Francia existe una fuerte
inquietud respecto a este tema como puede constatarse a través de la encuesta
de Howard sobre las prisiones traducida al francés en 1788. Hospitales y
cárceles son dos grandes temas de discusión en los salones parisinos, en los
círculos ilustrados. Se ha convertido en algo escandaloso el que las prisiones
sean lo que son: una escuela del vicio y del crimen; y lugares tan desprovistos
de higiene que en ellos se muere uno. Los médicos comienzan a decir cómo se
deteriora el cuerpo, cómo se dilapida en semejantes sitios. Llegada la
Revolución francesa, emprende a su vez una encuesta de alcance europeo. Un tal
Duquesnoy es el encargado de hacer un informe sobre los establecimientos
llamados “de humanidad”, vocablo que comprende hospitales y prisiones.
Foucault: Un miedo obsesivo ha recorrido la segunda mitad del
siglo XVIII: el espacio oscuro, la pantalla de oscuridad que impide la entera
visibilidad de las cosas, las gentes, las verdades. Disolver los fragmentos de
noche que se oponen a la luz, hacer que no existan más espacios oscuros en la
sociedad, demoler esas cámaras negras en las que se fomenta la arbitrariedad
política, los caprichos del monarca, las supersticiones religiosas, los
complots de los tiranos y los frailes, las ilusiones de ignorancia, las
epidemias. Los castillos, los hospitales, los depósitos de cadáveres, las casas
de corrección, los conventos, desde antes de la Revolución han suscitado una
desconfianza o un odio que no fueron subestimados; el nuevo orden político y
moral no puede instaurarse sin su desaparición. Las novelas de terror en la
época de la Revolución, desarrollan todo un mundo fantástico de la muralla, de
la sombra, de lo oculto, de la mazmorra, de todo aquello que protege en una
complicidad significativa, a los truhanes y a los aristócratas, a los monjes y
a los traidores: los paisajes de Ann Radcliffe son montañas, bosques, cuevas,
castillos en ruinas, conventos en los que la oscuridad y el silencio dan miedo.
Ahora bien, estos espacios imaginarios son como la “contra-figura” de las
transparencias y de las visibilidades que se intentan establecer entonces. Este
reino de “la opinión” que se invoca con tanta frecuencia en esta época, es un
modo de funcionamiento en el que el poder podría ejercerse por el solo hecho de
que las cosas se sabrán y las gentes serán observadas por una especie de mirada
inmediata, colectiva y anónima. Un poder cuyo recorte principal fuese la
opinión no podría tolerar regiones de sombra. Si se han interesado por el
proyecto de Bentham se debe a que, siendo aplicable a tantos campos diferentes,
proporcionaba la fórmula de un “poder por transparencia”, de un sometimiento
por “proyección de claridad”. El panóptico es un poco la utilización de la
forma “castillo: (torreón rodeado de murallas) para paradójicamente crear un
espacio de legibilidad detallada.
J.-P. B.: Son en definitiva
los rincones ocultos del hombre lo que el Siglo de las Luces quiere hacer
desaparecer.
Foucault: Indudablemente.
M. P.: Sorprenden también
las técnicas de poder que funcionan en el interior del panóptico. La mirada
fundamentalmente, y también la palabra puesto que existen esos famosos tubos de
acero -extraordinaria invención- que unen el inspector central con cada una de
las celdas en las que se encuentran, nos dice Bentham, no un prisionero sino
pequeños grupos de prisioneros. En último término, la importancia de la
disuasión está muy presente en el texto de Bentham: “Ës preciso -dice- estar
incesantemente bajo la mirada de un inspector; perder la facultad de hacer el
mal y casi el pensamiento de quererlo”. Nos encontramos de lleno con las
preocupaciones de la Revolución: impedir a las gentes obrar mal, quitarles las
ganas de desearlo, en resumen: no poder y no querer.
Foucault: Estamos hablando de dos cosas: de la mirada y de la
interiorización. Y, en el fondo, ¿no se trata del problema del precio del
poder? El poder, de hecho, no se ejerce sin gastos. Existe evidentemente el
coste económico, y Bentham lo dice. ¿Cuántos vigilantes hacen falta? ¿Cuánto,
en definitiva, costará la máquina? Pero está además el coste propiamente
político. Si se es muy violento se corre el riesgo de suscitar insurrecciones; si
se interviene de forma discontinua se arriesga uno a dejar que se produzcan, en
los intervalos, fenómenos de resistencia de un coste político elevado. Así
funcionaba el poder monárquico. Por ejemplo, la justicia que detenía una
proporción irrisoria de criminales, argumentaba diciendo: conviene que el
castigo sea espectacular para que los demás tengan miedo. Poder violento por
tanto que debía, mediante el ejemplo, asegurar las funciones de continuidad. A
esto contestan los nuevos teóricos del siglo XVIII: es un poder demasiado
costoso y con muy pocos resultados. Se hacen grandes gastos de violencia que en
realidad no tienen valor de ejemplo, se ve uno incluso obligado a multiplicar
las violencias, de forma tal, que se multiplican las rebeliones.
M. P.: Esto es lo que
sucedió con las insurrecciones contra el patíbulo.
Foucault: Por el contrario, se cuenta con la mirada que va a
exigir pocos gastos. No hay necesidad de armas, de violencias físicas, de
coacciones materiales. Basta una mirada. Una mirada que vigile, y que cada uno,
sintiéndola pesar sobre sí, termine por interiorizarla hasta el punto de
vigilarse a sí mismo; cada uno ejercerá esta vigilancia sobre y contra sí
mismo. ¡Fórmula maravillosa: un poder continuo y de un coste, en último
término, ridículo! Cuando Bentham considera que él lo ha conseguido, cree que
es el huevo de Colón en el orden de la política, una fórmula exactamente
inversa a la del poder monárquico. De hecho, en las técnicas de poder
desarrolladas en la época moderna, la mirada ha tenido una importancia enorme,
pero como ya he dicho, está lejos de ser la única ni siquiera la principal
instrumentación puesta en práctica.
M. P.: Parece que,
respecto a esto, Bentham se plantea el problema del poder en función sobre todo
de grupos pequeños. ¿Por qué? ¿Por qué piensa que la parte es el todo, y que si
se logra el éxito a nivel de grupos puede luego extenderse al todo social? ¿O
bien es que el conjunto social, el poder a nivel de todo social es algo que
entonces no se concebía realmente? ¿Por qué?
Foucault: El problema consiste en evitar los obstáculos, las
interrupciones; al igual que ocurría en el Antiguo Régimen, con las barreras
que presentaban a las decisiones de poder los cuerpos constituidos, los
privilegios de determinadas categorías, desde el clero, hasta las
corporaciones, pasando por los magistrados. Del mismo modo que las barreras
que, en el Antiguo Régimen presentaban los cuerpos constituidos, los
privilegios de determinadas categorías a las decisiones de poder. La burguesía comprende
perfectamente que una nueva legislación o una nueva Constitución no son
garantía suficiente para mantener su hegemonía. Se da cuenta de que debe
inventar una tecnología nueva que asegure la irrigación de todo el cuerpo
social de los efectos de poder llegando hasta sus más ínfimos resquicios. Y en
esto precisamente la burguesía ha hecho no sólo una revolución política sino
que también ha sabido implantar una hegemonía social que desde entonces
conserva. Esta es la razón por la que todas estas invenciones han sido tan
importantes y han hecho de Bentham uno de los inventores más ejemplares de la
tecnología de poder.
J.-P. B.: No obstante, no se
sabe a quién beneficia el espacio organizado tal como Bentham preconiza, si a
los que habitan la torre central o a los que vienen a visitarla. Se tiene la
sensación de estar ante un mundo infernal del que no escapa nadie, ni los que
son observados ni los que observan.
Foucault: Esto es sin duda lo que hay de diabólico en esta idea
como en todas las aplicaciones a que ha dado lugar. No existe en ella un poder
que radicaría totalmente en alguien y que ese alguien ejercería él solo y de
forma absoluta sobre los demás; es una máquina en la que todo el mundo está
aprisionado, tanto los que ejercen el poder como aquellos sobre los que el
poder se ejerce. Pienso que esto es lo característico de las sociedades que se
instauran en el siglo XIX. El poder ya no se identifica sustancialmente con un
individuo que lo ejercería o lo poseería en virtud de su nacimiento, se convierte
en una maquinaria de la que nadie es titular. Sin duda, en esta máquina nadie
ocupa el mismo puesto, sin duda ciertos puestos son preponderantes y permiten
la producción de efectos de supremacía. De esta forma, estos puestos pueden
asegurar una dominación de clase en la misma medida en que disocian el poder de
la potestad individual.
M. P.: El funcionamiento
del panóptico es, desde este punto de vista, un tanto contradictorio. Está el
inspector principal que desde la torre central vigila a los prisioneros. Pero,
al mismo tiempo, vigila a sus subalternos, es decir, al personal; este
inspector central no tiene ninguna confianza en los vigilantes, e incluso se
refiere a ellos de un modo un tanto despectivo pese a que, en principio, están
destinados a serle próximos. ¡Pensamiento, pues, aristocrático!
Pero, al mismo tiempo, quisiera hacer esta observación en lo que se
refiere al personal subalterno: ha constituido un problema para la sociedad
industrial. No ha sido cómodo para los patronos encontrar capataces, ingenieros
capaces de dirigir y de vigilar las fábricas.
Foucault: Es un problema considerable que se plantea en el siglo
XVIII. Se puede constatar claramente en el caso del ejército, cuando fue
necesario fabricar “suboficiales” que tuviesen conocimientos auténticos para
organizar eficazmente las tropas en caso de maniobras tácticas, con frecuencia
difíciles, tanto más difíciles cuanto que el fusil acababa de ser
perfeccionado. Los movimientos, los desplazamientos, las filas, las marchas
exigían este personal disciplinario. Más tarde los talleres vuelven a plantear
a su modo el mismo problema; también la escuela con sus maestros, sus
ayudantes, sus vigilantes. La iglesia era entonces uno de los raros cuerpos
sociales en el que existían pequeños cuadros competentes. El religioso, ni muy
alfabetizado ni totalmente ignorante, el cura, el vicario entraron en lid
cuando se necesitó escolarizar a centenas de millares de niños. El Estado no se
dotó con pequeños cuadros similares hasta mucho más tarde. Igual sucedió con
los hospitales. No hace aún mucho que el personal subalterno hospitalario
continuaba estando constituido en su mayoría por religiosas.
M. P.: Estas mismas
religiosas han desempeñado un papel considerable en la aplicación de las
mujeres al trabajo: aquí se sitúan los famosos internados del siglo XIX en los
que vivía y trabajaba un personal femenino bajo el control de religiosas
formadas especialmente para ejercer la disciplina de las fábricas.
El Panóptico está lejos de estar exento de estas preocupaciones ya que
se puede constatar la existencia de esta vigilancia del inspector principal
sobre el personal subalterno, y esta vigilancia sobre todos, a través de las
ventanas de la torre, sucesión ininterrumpida de miradas que hace pensar en
“cada camarada se convierte en un vigilante”, hasta el punto de que se tiene la
impresión, un poco vertiginosa, de estar en presencia de una invención que en
alguna medida se va de las manos de su creador. Bentham, en un principio,
quiere confiar en un poder único: el poder central. Pero, leyéndolo uno se
pregunta, ¿a quién mete Bentham en la torre? ¿Al ojo de Dios? Sin embargo Dios
está poco presente en su texto; la religión no desempeña sino un papel de
utilidad. Entonces, ¿a quién? En definitiva es preciso decir que el mismo
Bentham no ve muy claro a quien confiar el poder.
Foucault: Bentham no puede confiar en nadie en la medida en que
nadie debe ser lo que era el rey en el antiguo sistema, es decir, la fuente del
poder y de la justicia. La teoría de la monarquía lo suponía. Era preciso
confiar en el rey. Por su propia existencia, querida por Dios, él era la fuente
de la justicia, de la ley, del poder.El poder que radicaba en su persona no
podía sino ser bueno; un mal rey equivalía a un accidente de la historia o a un
castigo del soberano absolutamente perfecto, Dios. Por el contrario, no se
puede confiar en nadie cuando el poder está organizado como una máquina que
funciona según engranajes complejos, en la que lo que es determinante es el
puesto de cada uno, no su naturaleza. Si la máquina fuese tal que alguien
estuviese fuera de ella, o que tuviese él solo la responsabilidad de su
gestión, el poder se identificaría a un hombre y estaríamos de nuevo en un
poder de tipo monárquico. En el Panóptico, cada uno, según su puesto, está
vigilado por todos lo demás, o al menos por alguno de ellos; se está en
presencia de un aparato de desconfianza total y circulante porque carece de un
punto absoluto. La perfección de la vigilancia es una suma de insidias.
J.-P. B.: Una maquinaria
diabólica, como has dicho, que no perdona a nadie. La imagen quizá del poder de
hoy. Pero, ¿cómo crees que se ha llegado hasta aquí? ¿Por voluntad de quién y
con qué objeto?
Foucault: La cuestión del poder se simplifica cuando se plantea
únicamente en términos de legislación o de Constitución; o en términos de
Estado o de aparato de Estado. El poder es sin duda más complicado, o de otro
modo, más espeso y difuso que un conjunto de leyes o un aparato de Estado. No
se puede comprender el desarrollo de las fuerzas productivas propias del
capitalismo, ni imaginar su desarrollo tecnológico, si no se conocen al mismo
tiempo los aparatos de poder. En el caso, por ejemplo, de la división de
trabajo en los grandes talleres del siglo XVIII, ¿cómo se habría llegado a este
reparto de tareas si no hubiese existido una nueva distribución del poder al
propio nivel del remodelamiento de las fuerzas productivas? Lo mismo sucede con
el ejército moderno: no basta con que exista otro tipo de armamento, ni otra
forma de reclutamiento, fue necesario que se produjera a la vez esta nueva
distribución de poder que se llama disciplina, con sus jerarquías, sus cuadros,
sus inspecciones, sus ejercicios, sus condicionamientos y domes-ticaciones. Sin
esto, el ejército tal como ha funcionado desde el siglo XVIII no hubiera sido
posible.
J.-P. B.: De todos modos,
¿existe alguien o algunos que impulsan el todo?
Foucault: Se impone una distinción. Está claro que en un
dispositivo como el ejército, el taller o cualquier tipo de institución, la red
del poder adopta una forma piramidal. Existe pues una cúspide. Sin embargo
incluso en un caso así de simple, esta “cúspide” no es la “fuente” o el
“principio” de donde se derivaría todo el poder como de un centro luminoso
(esta es la imagen según la cual se representa a la monarquía). La cúspide y
los elementos inferiores de la jerarquía están en una relación de sostén y de
condicionamiento recíprocos; se “sostienen” (el poder como “chantaje” mutuo e
indefinido). Pero si lo que me preguntas es si esta nueva tecnología de poder
tiene históricamente su origen en un individuo o en un grupo de individuos
determinados, que habrían decidido aplicarla para servir sus propios intereses
y utilizar así, en su beneficio, el cuerpo social, te responderé: no. Estas
tácticas han sido inventadas, organizadas, a partir de condiciones locales y de
urgencias concretas. Se han perfilado palmo a palmo antes de que una estrategia
de clase las solidifique en amplios conjuntos coherentes. Hay que señalar
además que estos conjuntos no consisten en una homoge-neización sino más bien
en un juego complejo de apoyos que adoptan los diferentes mecanismos de poder
unos sobre otros permaneciendo sin embargo en su especificidad. Así,
actualmente, la interrelación entre medicina, psiquiatría, psicoanálisis,
escuela, justicia, familia, en lo que se refiere a los niños, no homogeneiza
estas distintas instancias sino que establece entre ellas conexiones, reenvíos,
complementariedades, delimitaciones, lo que supone que cada una conserva hasta
cierto punto las modalidades que le son propias.
M. P.: Ud. rechaza la idea
de un poder que sería una super-estructura, pero no la idea de un poder que es,
en cierto modo, consustancial al desarrollo de las fuerzas productivas, que
forma parte de él.
Foucault: Por supuesto. Y el poder se transforma continuamente con
estas fuerzas. El Panóptico era una utopía-programa. Pero ya en la época de
Bentham el tema de un poder espacializante, vigilante, inmovilizante, en una
palabra, disciplinario, estaba desbordado por mecanismos mucho más sutiles que
permitían la regulación de los fenómenos de población, el control de sus
oscilaciones, la compensación de sus irregularidades. Bentham es “arcaizante”
por la importancia que da a la mirada, es muy actual por la importancia que
concede a las técnicas de poder en general.
M. P.: No existe un Estado
global, existen micro-sociedades, microcosmos que se instauran.
J.-P. B.: ¿Es preciso entonces, frente al despliegue del panóptico,
poner en cuestión la sociedad industrial? ¿ O conviene hacer responsable a la
sociedad capitalista?
Foucault: ¿Sociedad industrial o sociedad capitalista? No sabría
responder si no es diciendo que estas formas de poder se encuentran también en
las sociedades socialistas: la transferencia ha sido inmediata. Pero, sobre
este punto, preferiría que intervenga la historiadora.
M. P.: Es cierto que la
acumulación de capital surge por una tecnología industrial y por la puesta en
marcha de todo un aparato de poder. Pero no es menos cierto que un proceso
semejante aparece de nuevo en la sociedad socialista soviética. El estalinismo,
en cierto modo, corresponde también a un período de acumulación de capital y de
instauración de un poder fuerte.
J.-P. B.: De nuevo encontramos, como de pasada, la noción de
beneficio; en este sentido, la máquina inhumana de Bentham se muestra como algo
muy valioso, al menos para algunos.
Foucault: ¡Evidentemente! Habría que tener el optimismo un poco
ingenuo de los “dandys” del siglo XIX para imaginarse que la burguesía es
tonta. Por el contrario, conviene tener en cuenta sus golpes de genio. Y, entre
ellos justamente, está el hecho de que ha sido capaz de construir máquinas de
poder que posibilitan circuitos de beneficios los cuales, a su vez, refuerzan y
modifican los dispositivos de poder, y esto de forma dinámica y circular. El
poder feudal, funcionando por deducciones y gasto, se minaba a sí mismo. El de
la burguesía se mantiene no por la conservación sino mediante transformaciones
sucesivas. De aquí se deriva que la posibilidad de su caída y de la Revolución
formen parte de su historia prácticamente desde sus comienzos.
M. P.: Se puede señalar que Bentham concede una enorme
importancia al trabajo, al que se refiere una y otra vez.
Foucault: Ello responde al hecho de que las técnicas de poder se
han inventado para responder a las exigencias de la producción. Me refiero a la
producción en un sentido amplio (puede tratarse de “producir” una destrucción,
como en el caso del ejército).
J.-P. B.: Cuando, dicho sea de paso, empleas el término “trabajo”
en tus libros, raramente lo haces en relación al trabajo productivo.
Foucault: Porque se da el caso de que me he ocupado de gentes que
estaban situadas fuera de los circuitos del trabajo productivo: los locos, los
enfermos, los prisioneros, y actualmente los niños. El trabajo para ellos, tal
como deben realizarlo, tiene un valor predominante disciplinario.
J.-P.B.: El trabajo como
forma de domesticación. ¿No se da siempre?
Foucault: Por supuesto. Siempre se ha hablado de la triple función
del trabajo: función productiva, función simbólica y función de domesticación o
disciplinaria. La función productiva es sensiblemente igual a cero para las
categorías de las que me ocupo, mientras que las funciones simbólica y disciplinaria
son muy importantes. Pero, lo más frecuente, es que coexisten los tres
componentes.
M.P.: Bentham, en todo caso, me parece muy seguro de sí, muy
confiado en el poder penetrante de la mirada. Se tiene incluso la sensación de
que no calibra muy bien el grado de opacidad y de resistencia del material que
ha de corregir, que ha de integrar en la sociedad -los famosos prisioneros-.
Además, ¿no es el panóptico de Bentham, en cierto modo, la ilusión del poder?
Foucault: Es la ilusión de casi todos los reformadores del siglo
XVIII que han concedido a la opinión un poder considerable. Puesto que la
opinión necesariamente era buena por ser la conciencia inmediata de cuerpo
social entero, los reformadores creyeron que las gentes se harían virtuosas por
el hecho de ser observadas. La opinión era para ellos como la reactualización
espontánea del contrato. Desconocían las condiciones reales de la opinión, los
“media”, una materialidad que está aprisionada en los mecanismos de la economía
y del poder bajo la forma de la prensa, de la edición, y más tarde del cine y
de la televisión.
M. P.: Cuando dices que han desconocido los “media”, quieres
decir que no se han dado cuenta de que les haría falta utilizarlos.
Foucault: Y que esos media estarían necesariamente dirigidos por
intereses económicos-políticos. No percibieron los componentes materiales y
económicos de la opinión. Creyeron que la opinión sería justa por naturaleza,
que se extendería por sí misma, y que sería una especie de vigilancia
democrática. En el fondo, es el periodismo -innovación capital del siglo XIX-
el que ha puesto de manifiesto el carácter utópico de toda esta política de la
mirada.
M. P.: En general los pensadores desconocen las dificultades que
van a encontrar para hacer “prender” su sistema. Ignoran que siempre habrá
escapatorias y que las resistencias jugarán su papel. En el terreno de las
cárceles, los detenidos no han sido gente pasiva; es Bentham quien nos hace
pensar lo contrario. El discurso penitenciario se despliega como si no existiese
nadie frente a él, como si no existiese más que una “Tábula rasa”, gente que
hay que reformar para arrojar luego al circuito de la producción. En realidad
hay un material -los detenidos- que resiste de un modo formidable. Lo mismo se
podría decir del taylorismo, sistema que constituye una extraordinaria
invención de un ingeniero que quiere luchar contra la gandulería, contra todo
lo que hace más lento el ritmo de producción. Pero en última instancia, se
puede uno preguntar:¿ha funcionado realmente alguna vez el taylorismo?
Foucault: En efecto, otro de los elementos que sitúa también a
Bentham en lo irreal es la resistencia efectiva de las gentes. Cosas que Vd.,
Michelle Perrot, ha estudiado. ¿Cómo se ha opuesto la gente en los talleres, en
las ciudades, al sistema de vigilancia, de pesquisas continuas? ¿ Tenían
conciencia del carácter coactivo, de sometimiento insoportable de esta
vigilancia? ¿O lo aceptaban como algo natural? En suma, ¿han existido
insurrecciones contra la mirada?
M. P.: Sí, han existido
insurrecciones contra la mirada. La repugnancia de los trabajadores a habitar
las ciudades obreras es un hecho patente. Las ciudades obreras, durante mucho
tiempo, han sido un fracaso. Lo mismo sucede con la distribución del tiempo tan
presente en el Panóptico. La fábrica y sus horarios han suscitado durante largo
tiempo una resistencia pasiva que se traducía en el hecho de que, simplemente,
no se iba. Es la prodigiosa historia del San Lunes en el siglo XIX, día que los
obreros habían inventado para “tomar aire” cada semana. Han existido múltiples
formas de resistencia al sistema industrial obligando a los patrones a dar
marcha atrás en el primer momento. Otro ejemplo: los sistemas de micro-poderes
no se han instaurado de forma inmediata. Este tipo de vigilancia y de
encuadramiento se ha desarrollado, en un primer tiempo, en los sectores
mecanizados que contaban mayoritariamente con mujeres o niños, es decir, con
personas habituadas a obedecer: la mujer a su marido, el niño a su familia.
Pero en los sectores digamos viriles, como la metalurgia, se observa una
situación muy distinta. La patronal no llega a implantar inmediatamente su
sistema de vigilancia, y debe, durante la primera mitad del siglo XIX, delegar
sus poderes. Establece un contrato con el equipo de obreros a través de su jefe
que es generalmente el obrero más anciano o más cualificado. Se ejerce un
verdadero contra-poder por parte de los obreros profesionales, contra-poder que
comporta algunas veces dos facetas:una contra la patronal en defensa de la
comunidad obrera, la otra, a veces, contra los mismos obreros ya que el
jefecillo oprime a sus aprendices o a sus camaradas. En realidad, estas formas
de contra-poder obrero existieron hasta el momento en que la patronal supo
mecanizar las funciones que se le escapaban, pudiendo abolir así el poder del
obrero profesional. Existen numerosos ejemplos: en el caso de los laminadores,
el jefe de taller tuvo los medios para resistir al patrón hasta el momento en
que entraron en escena máquinas casi automáticas. El golpe de ojo del laminador
-de nuevo aquí la mirada- que juzgaba si la materia estaba a punto será
sustituido por el control térmico; basta la lectura de un termómetro.
Foucault: Sabido esto, hay que analizar el conjunto de las
resistencias al panóptico en términos de táctica y de estrategia, pensando que
cada ofensiva que se produce en un lado sirve de apoyo a una contra-ofensiva
del otro. El análisis de los mecanismos de poder no tiene como finalidad
mostrar que el poder es anónimo y a la vez victorioso siempre. Se trata, por el
contrario, de señalar las posiciones y los modos de acción de cada uno, las
posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros.
J.-P. B.: Batallas, acciones,
reacciones, ofensivas y contraofensivas, hablas como un estratega. Las
resistencias al poder, ¿tendrían características esencialmente físicas? ¿Qué
pasa con el contenido de las luchas y las aspiraciones que se manifiestan en
ellas?
Foucault: En efecto, esa es una cuestión teórica y de método
importante. Me sorprende una cosa: se utiliza mucho, en determinados discursos
políticos el vocabulario de las relaciones de fuerza; el término “lucha” es uno
de los que aparecen con más frecuencia. Ahora bien, me parece que se duda a la
hora de sacar consecuencias, e incluso, a la de plantear el problema que
subyace a este vocabulario. Quiero decir: ¿Hay que analizar estas “luchas” en
tanto que peripecias de una guerra? ¿Hay que descifrarlas a partir de un código
que sería el de la estrategia y de la táctica? ¿La relación de fuerzas en el
orden de la política es una relación de guerra? Personalmente no me siento de
momento preparado para responder sí o no de una forma definitiva. Pienso
solamente que la pura y simple afirmación de una “lucha” no puede servir de
explicación primera y última en los análisis de las relaciones de poder. Este
tema de la lucha no es operativo más que si se establece concretamente, y
respecto a cada caso: quién está en la lucha, en qué lugar, con qué
instrumentos y con qué racionalidad. En otros términos, si se toma en serio la
afirmación de que la lucha está en el corazón de las relaciones de poder, hay
que tener presente que la brava y vieja “lógica” de la contradicción no basta,
ni con mucho, para desembrollar los procesos reales.
M. P.: Dicho de otro modo, y para volver al panóptico, Bentham
no proyecta sólo una sociedad utópica, describe también una sociedad existente.
Foucault: Describe en la utopía un sistema general de mecanismos
concretos que existen realmente.
M. P.: Y, para los prisioneros, ¿tiene sentido tomar la torre
central?
Foucault: Sí, con la condición de que éste no sea el sentido final
de la operación. Los prisioneros haciendo funcionar el panóptico y asentándose
en la torre, ¿cree Ud. que entonces sería mucho mejor que con los vigilantes?
NOTAS
(1) Michel Foucault describe así El Panóptico
y a Jeremías Bentham en su obra Vigilar y castigar. Siglo XXI, México,
1976.
(2) John Howard publica los
resultados de su encuesta en su libro: The State of the Prisions in England
and Wales, with Preliminary Observations and an Account of some Foreign
Prisions and Hospitals (1777).
Es un grande Michel Foucault (Y)
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