miércoles, 17 de octubre de 2012

Psicología - N. Rose "Una historia crítica de la psicología" (Parte 3)


Una historia crítica de la psicología


Nikolas Rose

Gobierno


Cuando hablo de gobierno no me refiero a un conjunto concreto de instituciones políticas, sino a cierto modo de pensar acerca del poder político y de intentar ejercerlo: el territorio delimitado por el sinnúmero de esquemas, sueños, cálculos y estrategias para la “conducción de la conducta” que proliferaron durante los dos últimos siglos (Foucault, 1991). En el transcurso del siglo XX, las normas, los valores, las imágenes y las técnicas psicológicas llegaron a moldear cada vez más la manera en que las diversas autoridades sociales piensan acerca de las personas, sus defectos y sus virtudes, su estado de salud y enfermedad, su normalidad y su patología. Se incorporaron objetivos construidos en términos psicológicos (normalidad, adaptación, realización) a los programas, sueños y esquemas para regular la conducta humana. La administración de las personas tomó un tinte psicológico desde lo “macro” (los aparatos de bienestar, de seguridad y de reglamentación laboral) hasta lo “micro” (el lugar de trabajo, la familia, la escuela, el ejército, la sala de un tribunal, la cárcel o el hospital). La psicología quedó incorporada a las técnicas y a los dispositivos creados para gobernar la conducta, y ha sido utilizada no sólo por los mismos psicólogos, sino también por los médicos, los sacerdotes, los filántropos, los arquitectos y los maestros. Es decir que las estrategias, los programas, las técnicas y los dispositivos, así como las reflexiones sobre la administración de la conducta que Michel Foucault denomina gubernamentalidad o, simplemente gobierno, se “psicologizaron” cada vez más. El ejercicio de las formas modernas de poder político ha quedado vinculado intrínsecamente a un conocimiento de la subjetividad humana. Autoridad La psicología estuvo estrechamente ligada a una transformación de la naturaleza de la autoridad social que tiene una importancia fundamental para los tipos de sociedad en las que vivimos, en “Occidente”. En primer lugar, por supuesto, la misma psicología generó una serie de nuevas autoridades sociales cuyo campo de operación es la conducción de la conducta, la administración de la subjetividad. Estas nuevas autoridades como, por ejemplo, los psicólogos clínicos, educacionales e industriales, los psicoterapeutas y los consejeros alegan tener poder y estatus social porque poseen verdades psicológicas y dominan técnicas psicológicas. En segundo lugar, y tal vez más importante, la psicología estuvo estrechamente ligada a la constitución de una serie de objetos y problemas nuevos sobre los que se puede ejercer legítimamente la autoridad social; y tal legitimidad se funda en creencias sobre el conocimiento, la objetividad y la cientificidad. En este sentido, es notable el hecho de que surgieran las ideas de normalidad como producto mismo de la administración tutelada por expertos, y de riesgo como peligro in potentia que habría de ser diagnosticado por los expertos y administrado profilácticamente en nombre de la seguridad social (véase Castel, 1991). En tercer lugar, la impregnación de los sistemas de autoridad preexistentes por parte de la psicología (el del comandante en el ejército, la maestra en la escuela, el gerente en la fábrica, el enfermero en el hospital psiquiátrico, el juez en la sala del tribunal, el guardia penitenciario en la cárcel) los transformó. Estas formas de autoridad adquieren una especie de fundamento ético al impregnarse de la terminología y las técnicas atribuibles a la psicología (aunque de manera discutible e hipócrita). Es decir que la autoridad se vuelve ética en la medida en que se la ejerce a la luz de un conocimiento de quienes son sus sujetos; y, a la vez, se transforma la naturaleza del ejercicio de la autoridad, que ya no es tanto una cuestión de ordenar, controlar y exigir obediencia y lealtad, sino de mejorar la capacidad de los individuos para ejercer autoridad sobre ellos mismos: mejorar la capacidad de los alumnos, los empleados, los prisioneros o los soldados para comprender sus propias acciones y regular su propia conducta. En este sentido, el ejercicio de la autoridad se convierte en una cuestión terapéutica: la forma más poderosa de actuar sobre las acciones de los otros es cambiar la forma en que se gobernarán a sí mismos. Ética La historia, la sociología y la antropología de la subjetividad han sido estudiadas de muchas maneras diferentes. Algunos autores, particularmente Norbert Elias, trataron de relacionar estructuras políticas y sociales cambiantes y códigos de conducta personal cambiantes con cambios producidos en la organización psicológica interna concreta de los sujetos (Elias, 1978). Otros procuraron evitar el atribuir cualquier tipo de vida interior a los seres humanos, tratando las prácticas lingüísticas y representacionales simplemente como repertorios de relatos que proporcionan los recursos por medio de los cuales los sujetos dan sentido a sus propias acciones y a las de los demás (Harré, 1983). Yo abordo este tema desde una perspectiva algo diferente: los discursos, las técnicas y las normas cambiantes que intentaron actuar sobre los detalles de la conducta, el comportamiento y la subjetividad humanas (no sólo los modales sino también los deseos y los valores) se ubican en el campo de la ética.
Un estudio de la tekné de la psicología según esta dimensión ética no se aboca a la “moral” en el sentido de Durkheim de un campo de valores ni a la consiguiente forma de generar integración y solidaridad social, sino que investiga las formas en que la psicología quedó vinculada estrechamente con las prácticas y los criterios para la “conducción de la conducta” (Foucault, 1988). Durante muchos siglos, los manuales sobre los modales, los libros de guía y orientación, las prácticas pedagógicas y reformatorias trataron de educar, dar forma y encauzar la economía emocional e instintiva de los seres humanos inculcándoles cierta conciencia ética. Pero durante los últimos cincuenta años, los lenguajes, las técnicas y el personal de la psicología afectaron y transformaron el modo en que se instó e incitó a los seres humanos a convertirse en seres éticos: seres que se definen y se regulan según un código moral, que establecen preceptos para conducir y juzgar su vida, y que aceptan o rechazan ciertas metas morales para sí mismos. Desde esta perspectiva, la relación de la psicología con el yo no debería construirse en términos de una oposición entre descoloridas concepciones psicológicas de la persona y el ser persona real, concreto y creativo. Este fue el tema de muchas críticas a la psicología de la inteligencia, la personalidad y la adaptación en la década de 1960, y lo sigue siendo en las nuevas psicologías “humanistas”. Es más instructivo estudiar de qué modo participó la psicología en la construcción de diversos repertorios para hablar sobre personas que se destacan en algún aspecto y en relación con diferentes problemas, y que guardan una relación particular con los tipos de yo que se presuponen en las prácticas contemporáneas de administración de los individuos, repertorios que también intervienen para evaluarlas y actuar sobre ellas (Rose, 1992a, texto revisado y reimpreso como Capítulo 7 de este libro). Por un lado, la persona quedó abierta, de distintas maneras, a las intervenciones conducidas en nombre de la subjetividad: el sujeto calculable, provisto de características relativamente estables, definibles, cuantificables, lineales y con distribución normal (los dominios de la inteligencia, la personalidad, la aptitud, etcétera); el sujeto motivado, dotado de una dinámica orientación interna hacia el mundo, con necesidades por modelar y satisfacer; el sujeto social, que busca solidaridad, seguridad y un sentimiento de valor; el sujeto cognitivo, en busca del sentido, guiado a través del mundo por las creencias y las actitudes; el sujeto psicodinámico, impulsado por fuerzas y conflictos inconscientes; el sujeto creativo, que lucha por alcanzar la autonomía a través de la realización y la elección, y le da significado a su existencia por medio del ejercicio de su libertad. En las sociedades democráticas liberales, la concepción y las normas de la subjetividad son pluralistas. Pero la condición de posibilidad para cada versión de sujeto contemporáneo es el nacimiento de la persona como un yo psicológico, la apertura de un espacio de objetividad ubicado en un orden “moral” interno, entre la fisiología y la conducta: una zona interior con sus propias leyes y procesos que constituye un campo posible para un conocimiento positivo y una técnica racional. Por otro lado, distintos fragmentos y componentes de las disciplinas "psi" se incorporaron al repertorio “ético” de los individuos, al lenguaje que los individuos utilizan para hablar de ellos mismos y de su propia conducta, para juzgar y evaluar su existencia, para dar significado a su vida y para actuar sobre sí mismos; hecho que transforma aquello que denomino, siguiendo a Foucault, nuestra “relación con nosotros mismos”: la manera en que hacemos inteligibles y practicables nuestro ser y nuestra existencia, nuestro modo de pensar acerca de nuestras pasiones y aspiraciones, y nuestra manera de expresarlas, nuestra forma de identificar y codificar nuestras desafecciones y nuestros límites, y de responder a ellos.



La construcción de lo psicológico


Desde esta perspectiva, la psicología es más importante por lo que hace que por lo que es. Es decir que la psicología alteró la manera en la que es posible pensar acerca de las personas, las leyes y los valores que gobiernan las acciones y la conducta de los demás y, de hecho, las de nosotros mismos. Aún más, la psicología revistió de una mayor credibilidad a algunas formas de pensar acerca de las personas debido a que aparentemente se funda en el conocimiento positivo. Haciendo pensable al sujeto humano con arreglo a diferentes lógicas y fórmulas y sentando la posibilidad de evaluar con medios científicos las formas de pensar acerca de las personas, la psicología también torna a los seres humanos más dóciles, más dispuestos a que otros les hagan ciertas cosas y también les permite hacerse cosas nuevas a sí mismos. La psicología abre a las personas a una serie de intervenciones calculadas cuyos fines se formulan en términos de disposiciones y de cualidades psicológicas, las cuales determinan la forma en que los individuos se conducen a sí mismos, intervenciones cuyos medios se ajustan ineludiblemente a la luz del conocimiento psicológico sobre la naturaleza de los seres humanos. La meta de una historia crítica de la psicología sería hacer visibles las relaciones profundamente ambiguas entre la ética de la subjetividad, las verdades de la psicología y el ejercicio del poder. Una historia crítica de este tipo abriría un espacio en el que podríamos volver a pensar los vínculos constitutivos entre la psicología (como forma de conocimiento, tipo de pericia y terreno de la ética) y los dilemas del gobierno de la subjetividad que enfrentan hoy las democracias liberales.


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