La psiquiatría inglesa y la guerra
Jacques Lacan
Cuando, en septiembre de 1945, estuve en
Londres, en la Ciudad apenas acababan de apagarse las luces del V-Day, el Día
en que ella había celebrado su victoria.
La guerra me había dejado un vivo sentimiento
de irrealidad bajo el que la colectividad de los franceses la había vivido de
principio a fin. No me refiero aquí a esas ideologías foráneas que nos habían
mecido con fantasmagorías sobre nuestra grandeza, parientes de los desvaríos
seniles, sea del delirio agónico o de las tabulaciones compensatorias propias
de la infancia. Quiero más bien referirme al desconocimiento sistemático del
mundo en cada uno, esos refugios imaginarios en que, como psicoanalista, solo
podía identificar para el grupo, presa entonces de una disolución
verdaderamente terrorífica de su estatuto moral, esas mismas modalidades de
defensa que el individuo utiliza en la neurosis contra su angustia, y con un
éxito no menos ambiguo, también paradójicamente eficaz, y que sella del mismo modo,
¡ay!, un destino que se transmite a las generaciones sucesivas.
Pensaba, pues, salir
del círculo de este encantamiento mortífero para entrar en otro reino: allí
donde, después del rechazo crucial de un compromiso que hubiera sido la
derrota, se había podido, sin perder el dominio a través de las peores pruebas,
conducir la lucha hasta el triunfo final, que ahora hacía ver a las naciones
que la enorme ola que habían visto casi tragárselas, no había sido sólo una
ilusión de la historia, y de ésas que se rompen tan pronto.
Mi espera de otros aires no fue decepcionada
desde el principio hasta el final de mi estancia, que duró cinco semanas. Y es
en forma de evidencia psicológica que toqué esta verdad: la victoria de
Inglaterra es de una fuerza moral, —quiero decir que la intrepidez de su pueblo
reside en una relación verídica con respecto a lo real, que su ideología
utilitarista no facilita su comprensión, que especialmente el término de
adaptación traiciona totalmente, y por lo cual también la bella palabra
"realismo" nos está interdicta a causa del uso infamante con el que
los "clérigos de la
Traición " han envilecido su virtud, por una profanación
del verbo que durante mucho tiempo priva a los hombres de los valores
ofendidos.
Debemos, pues, llegar a hablar de heroísmo y
evocar las marcas, desde las primeras apariciones a nuestra llegada, en esta
Ciudad devastada, cada doscientos metros de calle, por una destrucción
vertical, con el resto perfectamente descombrado, que se acomoda mal al término
"ruina", cuyo prestigio fúnebre, si bien asociado, con una intención
aduladora, al recuerdo grandioso de la
Roma antigua en el discurso de bienvenida pronunciado en la
vigilia por uno de nuestros enviados más eminentes, había sido mediocremente
saboreado por gentes que no se apoyan en su historia.
Tan severos y sin mayor romanticismo, a
medida que el visitante iba caminando, se le descubrían otros signos, por azar
o destino, —desde la depresión que le describía en metáforas sonambúlicas, al
gusto de uno de esos encuentros en la calle favorecidos por la ayuda mutua
vigente en los tiempos difíciles, de una mujer joven de la clase acomodada que
iba a festejar su liberación del servicio agrícola, del que como soltera había
sido movilizada durante cuatro años, —hasta ese agotamiento íntimo de las
fuerzas creativas que, por sus confesiones o por sus propias personas, médicos
u hombres de ciencia, pintores o poetas, eruditos, hasta sinólogos, que fueron
sus interlocutores, traicionaban por un efecto tan general como lo había sido
la obligación de todos, y hasta el extremo de sus energías, a los servicios
cerebrales de la guerra moderna: organización de la producción, aparatos de
detección o de camuflaje científicos, propaganda política o informaciones.
Cualquiera que fuese la forma que esta
depresión reactiva a escala colectiva haya podido tomar, doy testimonio de que
emanaba un factor tónico que, después de todo, callaría como demasiado
subjetivo, si no hubiera encontrado para mí su sentido en lo que me fue
revelado del sector del esfuerzo inglés que yo estaba cualificado para juzgar.
Hay que centrar el campo de lo que han
realizado los psiquiatras en Inglaterra, por la guerra y para ella, del uso que
han hecho de su ciencia en singular y de sus técnicas en plural y de lo que,
tanto la una como las otras, han recibido de esta experiencia. Tal es, en
efecto, el sentido del título del libro del brigadier general Rees, al
que nos referiremos sin cesar: The Shaping of Psychiatry by the War.
Está claro que a partir del principio de la movilización
total de las fuerzas de la nación que exige la guerra moderna, el problema de
los efectivos depende de la escala de la población, razón por la cual, en un
grupo reducido como el de la
Inglaterra metropolitana, todos, hombres y mujeres, tuvieron
que ser movilizados. Pero todo esto se duplica con el problema de la
eficacia que requiere tanto un empleo riguroso de cada individuo como la
mejor circulación de las concepciones más audaces de los responsables hasta el
último de los ejecutores. Un problema en el que una racionalización psicológica
tendrá siempre algo más que decir, pero al que las calificaciones en tiempos de
paz, la alta educación política de los ingleses y una propaganda ya experta
podían bastar.
Muy otro era el problema que se planteaba:
constituir en su totalidad un ejército a escala nacional, del tipo de los
ejércitos continentales, en un país que sólo tenía un pequeño ejército
profesional, por haberse opuesto obstinadamente al reclutamiento hasta la
víspera del conflicto. Es preciso considerar en toda su relevancia el hecho de
que se recurriera, para producir lo que se puede llamar la creación sintética
de un ejército, a una ciencia psicológica todavía joven, cuando esta ciencia
apenas acababa de poner al día, a la luz del pensamiento racional, la
noción de tal cuerpo como grupo social con una estructura original.
En efecto, es en los escritos de Freud donde
los problemas del mando y el problema de la moral acababan de ser formulados,
por primera vez, en los términos científicos de la relación de identificación,
es decir todo ese encantamiento destinado a reabsorber totalmente las angustias
y los miedos de cada uno en una solidaridad del grupo en la vida y en la
muerte, cuyo monopolio lo tenían hasta entonces los practicantes del arte militar.
Conquista de la razón que viene a integrar la tradición misma, aligerándola y
elevándola a una segunda potencia.
Se pudo ver, en el momento de las dos
victorias fulminantes del desembarco en Francia y del paso del Rin, que en
paridad de técnica del material, y con toda la tradición militar del lado del
ejército que la había llevado al grado más alto que el mundo haya conocido y
que acababa de reforzarla con el apoyo moral debido a una democratización de
las relaciones jerárquicas, cuyo valor angustiante, como factor de
superioridad, había sido señalado por nosotros cuando regresamos de las
Olimpíadas de Berlín de 1936, todo el poder de esta tradición no pesó ni una
onza contra las concepciones tácticas y estratégicas superiores producto de los
cálculos de los ingenieros y de los comerciantes.
Así acabó, sin duda, de disiparse la
mistificación de aquella formación de casta y de escuela, en la que el oficial
conservaba la sombra del carácter sagrado que revestía al guerrero
antiguo. Por lo demás, por el ejemplo de uno de los vencedores, se sabe que no
existe cuerpo constituido donde sea más saludable para el pueblo eliminar los
abusos, y que, en razón de un fetichismo que da sus mejores frutos en África
Central, es necesario estimar el uso aún floreciente de valerse de él como
depósito de ídolos nacionales.
En cualquier caso, es sabido que la posición
tradicional del mando no marcha paralela a la iniciativa inteligente. Esta es
la razón por la cual en Inglaterra, cuando al inicio de 1939 los acontecimientos
se precipitaron, las autoridades superiores rechazaron un proyecto presentado
por el Servicio sanitario del Ejército, con el fin de organizar la instrucción
no sólo física sino mental de los reclutas. El principio había sido aplicado en
los Estados Unidos desde la guerra anterior, bajo el impulso del doctor Thomas
W. Salmon.
Así, cuando la guerra estalló, en septiembre,
Inglaterra sólo disponía de una docena de especialistas a las órdenes de Rees
en Londres; se agregaron dos consultantes al cuerpo expedicionario en Francia
dos en India. En 1940, en los hospitales afluyeron casos bajo la rúbrica de
inadaptación, delincuencias diversas, reacciones psiconeuróticas, y fue bajo la
presión de esta urgencia como, utilizando cerca de 250 psiquiatras integrados por
el reclutamiento, fue organizada la acción cuya amplitud y flexibilidad vamos a
mostrar. Un espíritu animador les había precedido: el coronel Hargreaves,
poniendo a punto un primer ensayo de tests eliminatorios adaptados de los tests
de Spearman, de los cuales ya se había partido, en Canadá, para dar forma al
test de Penrose-Raven.
Desde ahora, el sistema que se adoptará es el
llamado PULHEMS, ya experimentado en el ejército canadiense, en el cual una
escala graduada de 1 a
5 está referida a cada una de las siete letras simbólicas que representan
respectivamente a la capacidad física general, a las funciones de los miembros
superiores (Upper Limbs), inferiores (Lower Limbs), a la audición (Hear), a la
vista (Eyes), a la capacidad mental (es decir, a la inteligencia), en fin, a la
estabilidad afectiva, de los que dos grados de siete son de orden psicológico.
Se hace una primera selección sobre los
reclutas, que separa el decil inferior.
Esta selección, subrayémoslo, no apunta a las
cualidades críticas y técnicas que requiere la prevalencia de las funciones de
transmisión en la guerra moderna, no menos que la subordinación del grupo de
combate al servicio de las armas que no son ya instrumentos, sino máquinas. Lo
que se trata de obtener en la tropa es una cierta homogeneidad, considerada
como factor esencial de su moral.
En efecto, todo déficit físico o intelectual
asume para el sujeto dentro del grupo un alcance afectivo en función del
proceso de identificación horizontal que el trabajo de Freud, antes evocado,
quizás sugiere, pero que descuida en provecho, si se puede decir así, de la
identificación vertical con el jefe.
Rezagados en la instrucción, asolados por el
sentimiento de su inferioridad, inadaptados y fácilmente delincuentes, menos
aún por falta de comprensión que a causa de impulsos de orden compensatorio,
terrenos abonados para los raptos depresivos o ansiosos, o de estados
confusionales bajo el golpe de las emociones o conmociones de la línea de
fuego, conductores naturales de todas las formas de contagio mental, los
sujetos afectados por un déficit demasiado grande tienen que ser aislados como dullards,
término del que nuestro amigo el doctor Turquet, aquí presente, da el
equivalente francés no en el de retraso, sino en el de lerdo. Dicho de otro
modo, es lo que nuestro lenguaje familiar denomina con la palabra débilard,
término que expresa menos un nivel mental que una evaluación de la
personalidad.
Después de todo, esos sujetos, por el hecho
de ser agrupados entre sí, se muestran de inmediato infinitamente más eficaces,
por una liberación de su buena voluntad, correlativa de una sociabilidad así
reforzada; incluso los motivos sexuales de sus delitos no pasan a un segundo
plano, como para demostrar que, en su caso dependen menos de una presunta prevalencia
de los instintos de lo que representan como compensación de su soledad social.
Tal es, al menos, lo que se manifiesta en Inglaterra en la utilización de ese
residuo que América podía darse el lujo de eliminar. Después de haberlos
empleado en los trabajos agrícolas se tuvo que hacerlos pioneros, pero
manteniéndolos en la retaguardia.
Las unidades así depuradas de sus elementos
inferiores, vieron descender, en una proporción que se puede decir geométrica,
los fenómenos de shock y de neurosis, los efectos de claudicación
colectiva.
El general mayor Rees
vio la aplicación de esta experiencia fundamental a un problema social de
nuestra civilización, inmediatamente accesible a la práctica, sin otorgar nada
a las escabrosas teorías de la eugenesia, y completamente en las antípodas,
como se ve, del mito anticipatorio del Brave New WorId de Huxley.
Aquí encuentran su ámbito de cooperación
diversas disciplinas que, por más teóricas que las consideremos algunos de
nosotros, será necesario que todos se informen. Pues, de hecho, se debe a esta
condición el que nosotros podamos y debamos justificar la preeminencia que nos
viene del uso a escala colectiva de las ciencias psicológicas. Si los
psiquiatras ingleses, en efecto, lo han hecho reconocer, con un éxito sobre el
que deberé volver, durante la experiencia de la guerra, todo esto es debido,
como veremos, no sólo al gran número de psicoanalistas entre ellos, sino al
hecho de que todos han sido penetrados por la difusión de los conceptos y de
las modalidades operatorias del psicoanálisis. Por otro lado, está el hecho de
que disciplinas apenas aparecidas en nuestro horizonte, como psicología
llamada de grupo, han llegado en el mundo anglosajón a una elaboración
suficiente para expresarse, en la obra de Kurt Lewin, nada menos que en
el nivel matemático del análisis vectorial.
Así, en una larga entrevista que tuve con dos
médicos que voy a presentar como pioneros de esta revolución que transporta a
escala colectiva todos nuestros problemas, oí a uno de ellos exponerme
fríamente que, para la psicología de grupo, el complejo de Edipo era el
equivalente de lo que en física se llama el problema de los tres cuerpos,
problema que, por otra parte, se sabe que no ha tenido una solución completa.
Pero es de buen tono, por nuestra parte,
sonreír ante este tipo de especulaciones, sin que sea, por otra parte, más
prudente el dogmatismo.
Voy a intentar presentar, ahora, al natural,
el retrato de estos dos hombres de quienes se puede decir que brilla en ellos
la llama de la creación, en uno como congelada en una máscara inmóvil y lunar,
acentuada por las finas comas de unos bigotes negros, y que, no menos que la
alta estatura y que el tórax de nadador que lo sostiene, desmiente las formas
kretshmerianas cuando todo nos advierte estar frente a uno de esos seres
solitarios hasta en sus más altas devociones, tal como viene confirmado por su
hazaña en Flandes de haber seguido bastón en mano su tanque en el asalto,
forzando así, paradójicamente, las mallas del destino —en el otro, la llama
centelleante tras el monóculo al ritmo de un verbo ardiente por adherir además
a la acción, el hombre, en una sonrisa que retuerce hacia atrás una brocha
salvaje, recomendándose con gusto para completar su experiencia de analista con
un trato de los hombres, probado al fuego del 17 de octubre en Petrogrado.
Aquél Bion, éste Rickmann, han publicado juntos en el número del 27 de
noviembre del '43 de The Lancet que equivale por su destinación y por su
formato a nuestra Prensa médica, un artículo que se reduce a seis columnas de
diario, pero que marcará una época en la historia de la psiquiatría.
Bajo el significativo título de Intra-Group
Tensions in Therapy. Their Study as the Task
of the Group, es decir:
"Tensiones intragrupo en la terapia. Su estudio como tarea del grupo", los autores
nos dan un ejemplo concreto de su actividad en un hospital militar que tiene el
valor de una demostración de método, por haber aclarado la ocasión y, al mismo
tiempo, los principios con sobriedad y, diría, con una perfecta humildad.
Encuentro ahí la impresión del milagro de los primeros freudianos: encontrar la
fuerza viva de la intervención en el mismo callejón sin salida de una
situación. He aquí Bion presa de cerca de 400 "pájaros" de un
servicio llamado de reeducación.
Las impertinencias anárquicas de sus
necesidades ocasionales: requerimientos de autorizaciones excepcionales,
irregularidades crónicas de su situación, van a parecerle enseguida como
destinadas a paralizar su trabajo sustrayéndole horas, ya aritméticamente insuficientes,
para resolver el problema de fondo que plantea cada uno de estos casos, si se
los toma uno por uno. Bion parte de esta dificultad para franquear el Rubicón
de una innovación metodológica.
¿Cómo considerar, de hecho, a estos hombres
en su situación presente, sino como soldados que no pueden someterse a la
disciplina y que quedaron cerrados a los beneficios terapéuticos que dependen
de ella, por la razón de que éste es el mismo factor que los ha reunido ahí?
Ahora bien, en un teatro de guerra ¿qué hay
que hacer para que de este agregado irreductible llamado "compañía de
disciplina", surja una tropa en marcha? Dos elementos: la presencia del
enemigo que suelde al grupo frente a una amenaza común, —y un jefe al que el
conocimiento de los hombres permita fijar, con la mayor proximidad, el margen a
dar a sus debilidades, y que pueda mantener el límite con su autoridad, es
decir, que cada uno sepa que una vez asumida una responsabilidad no se
"desinfla".
El autor es un jefe tal en el que el respeto
por el hombre es consciencia de sí mismo, y es capaz de sostener a cualquiera
donde sea que él esté.
En cuanto al peligro común ¿no está en esas
mismas extravagancias que hacen desvanecer toda razón de la estancia allí de
estos hombres, oponiéndose a las condiciones primeras de su curación? Pero es
menester hacer que tomen conciencia de ello.
Y es aquí donde interviene el espíritu del
psicoanalista que va a tratar la suma de los obstáculos que se oponen a esta
toma de conciencia como esta resistencia, o este desconocimiento
sistemático, cuya maniobra aprendió de la cura de los individuos neuróticos.
Sin embargo, aquí él va a tratarla a nivel del grupo.
En la situación prescrita, Bion tiene más
dominio sobre el grupo que el psicoanalista sobre el individuo, ya que, por lo
menos de derecho y como jefe, él forma parte del grupo. Pero, justamente, eso
es de lo que el grupo no se da cuenta. Así el médico deberá pasar por la
aparente inercia del psicoanalista, y apoyarse en el único apoyo que de hecho
le es dado, el de tener al grupo al alcance de su palabra.
Sobre este dato, él se propondrá organizar la
situación para forzar al grupo a tomar consciencia de sus dificultades de
existencia como grupo, —luego a hacerlo cada vez más transparente a sí mismo,
hasta el punto que cada uno de sus miembros pueda juzgar de manera adecuada los
progresos del conjunto, —visto que para el médico el ideal de tal organización
está en su perfecta legibilidad, tal que pueda apreciar en todo instante hacia
qué puerta de salida se encamina cada "caso" confiado a su cuidado:
retorno a su unidad, reenvío a la vida civil o perseveración en la neurosis.
He aquí pues, en resumen, el reglamento que
promulga en un mitin inaugural de todos los hombres: se formarán un determinado
número de grupos que se definirán cada uno por un objeto del que ocuparse, pero
ellos serán enteramente remitidos a la iniciativa de los hombres, es decir, que
cada uno no sólo se incorporará a su gusto, sino que podrá promover uno nuevo
según su idea, con la única limitación de que el objeto mismo sea nuevo, dicho
de otro modo, que no haga un doble uso con el de otro grupo. Se entiende que a
cada uno le está permitido, en todo momento, volver a descansar en la
habitación ad hoc, sin que de ello resulte otra obligación que la de
declarárselo al jefe-supervisor.
Todos los días, a las doce menos diez del
mediodía, una reunión general que durará una media hora examinará la marcha de
las cosas así establecidas.
El artículo nos hace seguir, en un progreso
cautivante, la primera oscilación de los hombres ante el anuncio de aquellas
medidas que, en relación a los hábitos reinantes en ese lugar, generan el
vértigo (e imagino el efecto que habría producido en mi servicio en Val de
Grâce), luego las primeras formaciones blandas que se presentan más bien
como una puesta a prueba de la buena fe del médico; pronto los hombres se
prestan al juego y se constituyen un taller de carpintería, un curso
preparatorio para oficiales de enlace, un curso de práctica cartográfica, un
taller de mantenimiento de coches e inclusive un grupo que se consagra a la
tarea de mantener al día un diagrama claro de las actividades en curso y de la
participación de cada uno, —recíprocamente el médico, tomando a los hombres por
sus obras como ellos mismos lo han tomado por su palabra, pronto tiene la
ocasión de denunciarles esa ineficacia en sus actos, de la que escucha que
ellos mismos se lamentan respecto al funcionamiento del ejército,—y de repente
la cristalización se produce con una autocrítica en el grupo, marcada, entre
otras cosas, por la aparición de un servicio voluntario que, de un día para
otro, cambia el aspecto de las salas, a partir de entonces barridas y limpias
por los primeros llamados a la autoridad, la protesta colectiva contra los que
se escaquean y se aprovechan del esfuerzo de los otros, ¡y cuál no fue la
indignación del grupo leso (este episodio no está en el artículo), el día en
que las tijeras para coser desaparecieron! Pero, cada vez que se pide su
intervención, Bion, con la firme paciencia del psicoanalista, devuelve
la pelota a los interesados: nada de castigos, nada de reemplazar las tijeras.
Los que se escaquean son un problema propuesto a la reflexión del grupo, no
menos que la salvaguarda de las tijeras de trabajo; a falta de poder resolverlos,
los más activos continuarán trabajando para los otros y la adquisición de
nuevas tijeras se hará con el gasto de todos.
Estando las cosas así, Bion no carece
ciertamente de "estómago" y, cuando un listo propone instituir un
curso de baile, lejos de responder con un llamado a la buena educación, que el
mismo promotor de la idea cree provocar, él sabe dar confianza a una motivación
más secreta que advierte en el sentimiento de inferioridad propio de todo
hombre apartado del honor del combate: y pasando por alto los riesgos de la
critica o del escándalo, se sirve de esa propuesta para una estimulación
social, decidiendo que los cursos serán impartidos por la tarde, después del
servicio, por las graduadas ATS del hospital (tales iniciales, en Inglaterra, designan
a las mujeres movilizadas) y que estarán reservados a aquéllos que ignoren la
danza y deban aún aprenderla. El curso que, de hecho, se desarrolla en
presencia del oficial que desempeña la función de director del hospital,
representa para estos hombres una iniciación a un estilo de comportamiento que,
por su prestigio, restablece en ellos el sentimiento de su dignidad.
Después de algunas semanas, el servicio
llamado de reeducación se había convertido en la sede de un espíritu nuevo que
los mismos oficiales reconocían en los hombres en el momento de las
manifestaciones colectivas, de carácter musical, por ejemplo, durante las
cuales entraban en una relación más familiar: espíritu de cuerpo propio del
servicio, que se imponía a los recién llegados, a medida que partían aquellos
que habían sido marcados por su beneficio. El sentimiento de las condiciones
propias de la existencia del grupo, mantenido por la acción constante del
médico animador, constituía su fundamento.
Aquí reside el principio de una cura de
grupo, fundada sobre la prueba y la toma de consciencia de los factores
necesarios para un buen espíritu de grupo. Cura que en los países
anglosajones asume su valor original después de varios intentos hechos, aunque
por vías distintas, en el mismo registro.
Rickmann aplica el mismo método en la sala de
observación donde se las tiene que ver con un número más reducido de pacientes,
aunque también con un agrupamiento de casos menos homogéneo. Debe, entonces,
combinarlos con encuentros individuales, pero es siempre bajo el mismo ángulo
como se afrontan los problemas de los enfermos. Para tal propósito hace la
observación, que a más de uno parecerá fulgurante, de que si se puede decir que
el neurótico es egocéntrico y tiene horror de todo esfuerzo por cooperar, es
quizás porque raramente está colocado en un ambiente en el que todos los
miembros estén sobre un mismo plano de igualdad que él en lo que concierne a
las relaciones con sus semejantes.
Dedico la fórmula a aquellos de mis oyentes
que ven la condición de toda cura racional de los trastornos mentales en la
creación de una nueva sociedad, en la que el enfermo mantenga o restaure un
intercambio humano, cuya sola desaparición redobla por sí sola la tara de la
enfermedad.
Me he demorado en reproducir los detalles de
esa especie de nacimiento que es una mirada nueva que se abre sobre el mundo.
Si algunos le objetan el carácter específicamente inglés de determinados
rasgos, les responderé que en esto reside uno de los problemas que hay que
someter a un nuevo punto de vista: ¿cómo se determina la parte movilizable de
los efectos psíquicos del grupo? ¿Su tasa específica varía según el área
cultural? Una vez que el espíritu ha concebido un nuevo registro de
determinación, no puede sustraerse a él tan fácilmente.
Por el contrario, tal registro da un sentido
más claro a las observaciones que se expresaban menos bien en los sistemas de
referencia ya en uso: por ejemplo, la fórmula que circula sin más reserva en
las palabras del psicoanalista que es mi amigo Turquet, cuando me habla de la
estructura homosexual de la profesión militar en Inglaterra y me pregunta si
esta fórmula es aplicable al ejército francés.
¿Que hay de sorprendente para nosotros en
constatar que todo organismo social especializado encuentra un elemento
favorable en una deformación específica de tipo individual, cuando toda nuestra
experiencia del hombre nos indica que son las mismas insuficiencias de su
fisiología las que sostienen la mayor fecundidad de su psiquismo?
Refiriéndome pues a las indicaciones que he
podido obtener de una experiencia fragmentaria, le respondo que el valor viril
que expresa el tipo más acabado de la formación tradicional del oficial entre
nosotros, me ha parecido en muchas ocasiones como una compensación de lo que
nuestros ancestros habrían llamado una cierta debilidad ante la diversión.
Seguramente es menos decisiva esta
experiencia que aquélla que tuve, en 1940, de un fenómeno molecular a escala
nacional: me refiero al efecto macerante para el hombre de la predominancia psíquica
de las satisfacciones familiares, y aquel inolvidable desfile, en el servicio
especial donde estuve enrolado, de sujetos mal despertados del calor de las
faldas de la madre y de la esposa y que, en virtud de las evasiones que les
llevaban más o menos asiduamente a sus periodos de instrucción militar, sin ser
el objeto de ninguna selección psicológica, se encontraron promovidos a los
grados que representaban los nervios del combate: del cabo al capitán. Mi grado
sólo me permitía acceder de oídas a las muestras que teníamos de la ineptitud
para la guerra de los cuadros superiores. Solo indicaré que encontraba aquí en
la escala colectiva el efecto de degradación del tipo viril que, en una
publicación sobre la familia en 1938, había referido a la decadencia social de
la imago paterna. Esto no es una disgresión, pues este problema del
reclutamiento de los oficiales es aquél en el que la iniciativa psiquiátrica,
en Inglaterra, ha mostrado su resultado más brillante. Al comienzo de la guerra
el reclutamiento empírico a través del rango se mostró absurdo, en primer
lugar, por el hecho de que percibió, muy rápidamente, lo lejos que se estaba de
poder obtener de cada excelente suboficial un oficial, aunque fuese mediocre, y
que cuando un excelente suboficial ha hecho patente su fracaso como aspirante a
oficial, vuelve a su cuerpo como un mal suboficial. Por otro lado, dicho
reclutamiento no podía responder a la enormidad de la demanda de un ejército
nacional, que tenía que surgir por entero de la nada. El problema se resolvió
de modo satisfactorio por medio de un aparato de selección psicológica, siendo
una maravilla el hecho de que haya podido igualarse de una vez a lo que
anteriormente se realizaba después de años de escuela.
La mayor prueba de selección para los
oficiales era la primera y también más amplia; como preliminar a toda
instrucción especial, tenía lugar durante un curso de tres días en un centro en
el que los candidatos eran albergados y, en las relaciones familiares de una
vida en común con los miembros de su jurado, se ofrecían tanto mejor a su
observación.
Durante estos tres días, tenían que someterse
a una serie de exámenes que tendían a obtener no tanto sus capacidades
técnicas, sus cocientes de inteligencia, ni más precisamente lo que el análisis
de Spearman nos ha enseñado a aislar con el famoso factor g como pivote
de la función intelectual, sino más bien su personalidad, o sea especialmente
ese equilibrio de las relaciones con otros que gobierna la misma disposición de
las capacidades, su tasa utilizable en el papel de jefe y en las condiciones de
combate. Cada prueba estaba pues centrada en la detención de los factores de la
personalidad.
En primer lugar, las pruebas escritas, que
comportan un cuestionario sobre los antecedentes personales y familiares del
candidato—los tests de asociación verbal que se ordenan por el examinador en un
cierto número de series que define su orden emocional,—los tests llamados de
"apercepción temática" de Murray, que versan sobre la
significación que el sujeto atribuye a las imágenes que evocan de modo ambiguo
un escenario y temas de elevada tensión afectiva (hacemos circular estas
imágenes, por lo demás bastante expresivas de rasgos específicos de la
psicología americana, más aun que de la inglesa), finalmente, la redacción de
dos retratos del sujeto tal como podrían ser concebidos respectivamente por un
amigo y por un crítico severo.
Después, una serie de pruebas donde el sujeto
es colocado en situaciones casi reales, cuyos obstáculos y dificultades varían
en relación al espíritu inventivo de los examinadores y que revelan las
actitudes fundamentales del sujeto cuando se encuentra en presencia de las
cosas y de los hombres.
Señalaré, por su alcance teórico, la prueba
llamada del "grupo sin jefe", que debemos también a las reflexiones
doctrinales de Bion. Se constituyeron equipos de diez sujetos aproximadamente,
ninguno de los cuales es investido de una autoridad preestablecida: se les
propone una tarea que deben resolver colaborando, y cuyas dificultades, escalonadas,
conciernen a la imaginación constructiva, al don de improvisación, a las
cualidades de previsión, al sentido de rendimiento, —por ejemplo: el grupo debe
atravesar un río por medio de un determinado material que exige que se lo
utilice con el máximo ingenio, sin dejar de prever su recuperación después de
su uso, etc. Durante la prueba determinados sujetos se destacaron por sus
cualidades de iniciativa y por los dones imperativos que les habrán permitido
hacerles prevalecer. Pero lo que el observador notará será, no tanto la
capacidad de conducción de cada uno, como la medida en la que él sabe
subordinar la preocupación de hacerse valer al objeto común que el ejemplo
persigue y en la que ella debe encontrar su unidad.
La cotización de esta prueba no se toma en
consideración más que en una primera selección. En el inicio del funcionamiento
del aparato se le proponía a cada candidato una entrevista con el psiquiatra,
en la modalidad libre y confidencial propia del análisis; a continuación, por
razones de economía y de tiempo, estuvo reservada sólo a los sujetos que, en
las pruebas precedentes, habían sido señalados por reacciones dudosas.
Merecen ser considerados dos puntos: por una
parte, el fairplay que respondía en los candidatos al postulado de
autenticidad que la entrevista psicoanalítica supone hacer intervenir en última
instancia, y el testimonio más habitualmente recurrente, aunque fuese de parte
de cuantos habían sido reconocidos como ineptos, de que para ellos la prueba se
cerraba con la sensación de haber vivido una experiencia de las más
interesantes; por otra parte, el rol que compete aquí al psiquiatra, sobre el
cual nos vamos a detener un instante.
Aunque aquéllos que han concebido, puesto en
pie, perfeccionado el aparato, sean psiquiatras, Wittkaver, Rodger, Sutherland,
Bion, el psiquiatra no tiene en teoría más que una voz particular en las
decisiones del jurado. El presidente y el vicepresidente son oficiales
veteranos elegidos por su experiencia militar. El psiquiatra está en igualdad
con el psychologist que nosotros aquí llamamos psicotécnico,
especialista más ampliamente representado en los países anglosajones que entre
nosotros, en razón del uso mucho más amplio que se hace en las funciones de
asistencia publica, encuesta social, orientación profesional o de selección de
iniciativa privada con fines de rendimiento industrial. Finalmente, incluso los
sargentos, a los cuales se les confiaba la vigilancia y el cotejo de las
pruebas, participaban al menos en una parte de las deliberaciones.
Se ve pues que se remiten a él para concluir
en un juicio sobre el sujeto cuya objetividad busca su garantía en las
motivaciones ampliamente humanas, más que en las operaciones mecánicas.
Ahora bien, la autoridad que la voz del
psiquiatra asume en tal concierto demuestra qué contribución social le impone
su función. Este descubrimiento, hecho por los interesados que le testimonian
de modo unívoco, y a veces asombrándose ellos mismos, obliga a cuantos quieren
concebir esta función sólo bajo el ángulo limitado que, hasta el presente,
define a la palabra "alienista", a reconocer que están de hecho
destinados a una defensa del hombre que los promueve, a su pesar, a una
eminente función en la sociedad. La oposición de los mismos psiquiatras frente
a tal ampliación de sus deberes, que responde en nuestra opinión a una
auténtica definición de la psiquiatría como ciencia, así como a su verdadera
posición en cuanto arte humano, no es menor, créanlo, en Inglaterra que en
Francia. Sólo que en Inglaterra ha debido ceder en todos aquellos que han
participado en la actividad de la guerra, así como ha cedido la oposición a
tratar de igual a igual con los psicólogos no médicos, oposición que en su
análisis resulta esconder un noli me tangere que no es menos frecuente
en la base de la vocación médica que en la del hombre de Iglesia y del hombre
de leyes. Son éstas, de hecho, tres profesiones que aseguran a un hombre
hallarse, frente a su interlocutor, en una posición donde la superioridad le
está garantizada de antemano. Afortunadamente, la formación que nos aporta
nuestra práctica puede llevarnos a ser menos sombríos al menos a aquéllos de
entre nosotros que estamos muy poco agobiados personalmente para poder sacar
provecho de ella para su propia catarsis. Estos últimos accederán a aquella
sensibilidad de las profundidades humanas que no es ciertamente nuestro
privilegio, pero que debe ser nuestra calificación.
De tal modo, el psiquiatra no sólo tendrá un
lugar honorable y dominante en las funciones consultivas, como las que acabamos
de evocar, sino que se le ofrecerán nuevas vías abiertas de experiencia como
las del area psychiatrist. Esta función, inaugurada también en el
ejército inglés, puede traducirse del mismo modo que la del psiquiatra
destinado a la circunscripción militar. Liberado de toda obligación de servicio
y ligado a la sola autoridad superior, tiene la función de indagar, proveer e
intervenir en todo lo que, en los reglamentos y en las condiciones de vida,
interesa a la salud mental de los movilizados en una determinada
circunscripción. Es así como los factores de ciertas epidemias psíquicas,
neurosis de masas, delincuencias diversas, deserciones, suicidios, han podido
ser definidos y contenidos, y que aparece posible en el futuro un orden de
profilaxis social.
Tal función tendrá, sin duda, su lugar en la
aplicación del plan Beveridge que preconiza, señalémoslo, una proporción del
espacio calificado para el tratamiento de los casos de neurosis igual al 5% de
la hospitalización general, una cifra que supera todo aquello que se había
previsto hasta entonces para la profilaxis mental. Rees, en el libro al que nos
referimos constantemente, ve en la función del area psychiatrist, en
tiempo de paz, una región de 50
a 75.000 habitantes. Sería de su competencia todo
aquello que, en las condiciones de subsistencia y en las relaciones sociales de
tal población, puede ser reconocido para influir sobre la higiene mental. En
efecto, es posible encontrar todavía cosas que decir sobre la psicogénesis de
los trastornos mentales, cuando la estadística una vez más ha manifestado el
sorprendente fenómeno de la reducción, con la guerra, de los casos de
enfermedad mental, tanto en la vida civil como en el ejército. Un fenómeno que
no ha sido menos neto en Inglaterra donde se ha manifestado inversa y
contrariamente a los presuntos efectos de los bombardeos sobre la población
civil. Se sabe que las correlaciones estadísticas del fenómeno no permiten,
incluso en el examen menos precavido, relacionarlo a alguna causa contingente
como la restricción del alcohol, el régimen alimenticio, el mismo efecto
psicológico de la ocupación extranjera, etc.
El libro de Rees
abre, por otro lado, una perspectiva curiosa sobre la prognosis de las
psicosis, sensiblemente mejor cuando son tratadas en las condiciones
sensiblemente menos aislantes que constituyen el servicio militar.
Volviendo a la contribución de la psiquiatría
a la guerra, no me extenderé en las selecciones especiales de las que eran
objeto las tropas de asalto (Commandos), las unidades blindadas, la R.A .F., la Royal Navy. Éstas, que
habían sido organizadas en un periodo precedente sobre la base de medidas de
agudeza sensorial y habilidad técnica, tuvieron que ser completadas también con
calificaciones de la personalidad que son competencia del psiquiatra. Puesto
que, cuando se trata, por ejemplo, de confiar a un piloto un aparato que está
en el orden del millón de libras, las reacciones típicas como la de "fuga
hacia adelante" toman todo su peso en cuanto a los riesgos, y las exclusivas
doctrinales llevadas por los alemanes no han impedido recurrir, para
detenerlos, a las investigaciones psicoanalíticas que se habían demostrado
válidas.
Igualmente, el psiquiatra se ha encontrado en
todas partes presente, tanto en la línea de fuego, en Birmania, en Italia,
cerca de los Commandos, como en las bases aéreas y navales, y en todas
partes su crítica se ejerció sobre los nudos significativos que revelaban los
síntomas y los comportamientos.
Los episodios de depresión colectiva
aparecieron de un modo muy electivo en los Commandos que habían sido
objeto de una selección insuficiente, y evocaré sólo a ese joven psiquiatra
que, para reunirse con los paracaidistas que debía seguir en el frente de
Italia, llevaba en su reducido equipaje de aviador el libro de Melanie Klein,
que lo había iniciado en la noción de los "malos objetos"
introyectados en el periodo de los intereses excrementicios, y a aquélla, más
precoz aún, del sadismo oral: perspectiva que se reveló muy fecunda para la
comprensión de sujetos ya situados psicológicamente por su reclutamiento
voluntario.
Los puntos de vista psicoanalíticos, una vez
terminada la guerra, no fueron menos apreciados en la obra de rehabilitación en
la vida civil de los prisioneros de guerra y de los combatientes de ultramar.
Se destinaron a esta obra un determinado
número de centros especiales, uno de los cuales, instalado en la residencia
señorial de Hartfield, todavía residencia del marqués de Salisbury, y
conservada pura en su arquitectura original por no haber salido de la familia
de los Cecil, desde su construcción en el siglo XVI, fue visitada por mí en una
de esas radiantes jornadas que el octubre londinense ofrece a menudo, y en
aquel año con una particular generosidad. Dado que me permitieron pasear a mi
gusto durante bastante tiempo, me convencí de la completa libertad de la que
gozaban los allí alojados, libertad que resultaba compatible con el
mantenimiento de cuadros antiguos en una gran sala como la Galería de los Espejos,
que servía de dormitorio, —no menos que con el respeto por el orden en el
comedor en el que, como invitado, pude constatar que hombres y oficiales se
agrupaban según su elección a la sombra de una impresionante guarda de
armaduras.
Pude entrevistarme con el mayor Doyle, al que
me presenté a mi llegada, y con su team médico; relataré de él sólo
estos dos propósitos, que el problema esencial aquí era el de la reducción de
los fantasmas que han tomado un rol predominante en el psiquismo de los sujetos
durante los años de alejamiento o de reclusión, —que el método de tratamiento
que animaba el centro se inspiraba completamente en los principios del psicodrama
de Moreno, es decir, de una terapéutica instaurada en América y que es
necesario situarla también en psicoterapias de grupo, de filiación
psicoanalítica. Indiquemos solamente que la catarsis se obtiene en los sujetos,
incluso y particularmente en los psicóticos, permitiéndoles abreaccionar en un
rol que se les hace asumir en un escenario parcialmente librado a su
improvisación.
También aquí, meetings de discusión,
libres o dirigidos, ateliers de ensayos de todo tipo, libertad absoluta
en el empleo de su tiempo (mi primer descubrimiento de los lugares me había
hecho admirar que algunos se complacían en pasear entre las chimeneas y las
aristas agudas de un tejado digno de la imaginación de Gustave Doré), visitas a
fábricas o charlas sobre los problemas sociales y técnicos del presente, —serán
la vía que permitirá a tantos sujetos volver de evasiones imaginarias hacia el
oficio de encargado de un pub o hacia alguna profesión errante y retomar
el camino del empleo anterior. No les faltarán consejos calificados de
asistentes sociales y de consejeros jurídicos para regular las dificultades
profesionales y familiares. Para juzgar la importancia de la obra baste decir
que el 80% de los hombres de las categorías bajo observación eligieron
libremente pasar por esta reclusión, donde su permanencia, abreviada o
prolongada según su pedido, es por término medio de seis semanas. Al terminar
mi visita, el retorno del director, el coronel Wilson me dio la satisfacción de
oír palabras que me hicieron entender que en el plano social la guerra no dejó
a Inglaterra en ese estado, del que habla Evangelio, de Reino dividido.
Así la psiquiatría ha servido para forjar el
instrumento con el que Inglaterra ha ganado la guerra. Inversamente, la guerra
ha transformado la psiquiatría en Inglaterra. En esto como en otros campos, la
guerra se vio dando luz al progreso, en la dialéctica esencialmente conflictiva
que caracteriza a nuestra civilización. Mi intervención termina en el punto en
el que se descubren los horizontes que nos proyectan en la vida publica, hasta,
¡oh horror!, en la política. Encontraremos, sin duda, objetos de interés que
nos resarcirán de aquellos trabajos apasionantes del tipo "dosificación de
productos de desintegración uréica en la parafrenia tabulante", productos
ellos mismos inagotables de ese esnobismo de una ciencia postiza donde se
compensaba el sentimiento de inferioridad dominante frente a los prejuicios de
la medicina en una psiquiatría ya superada.
Desde el momento en que se entra en la vía de
las grandes selecciones sociales, y que, adelantándose a los poderes públicos,
poderosas organizaciones como la Hawthorne Western Electric en los Estados
Unidos los han puesto en funcionamiento para su provecho, ¿cómo no ver que el
Estado deberá dotarse de ellas en beneficio de todos y que ya en el plano de un
justo reparto de los sujetos superiores, tanto como los dullards, se
puede evaluar en el orden de los 200.000 trabajadores las unidades sobre las
que deberán apuntar las selecciones?
¿Cómo no ver que nuestro acercamiento al
funcionario público, al administrador y psicotécnico, ya está inscrito en
organizaciones como las llamadas child guidance en los Estados Unidos y
en Inglaterra?
No confundamos nuestro asentimiento a todo
esto con un pseudorealismo siempre a la búsqueda de una degradación
cualitativa.
En ningún momento de las realizaciones que
proponemos como ejemplo, hemos podido olvidar la alta tradición moral de la que
ellas han permanecido aquí impregnadas. En todas presidió un espíritu de
simpatía por las personas, que no está de hecho ausente de esta segregación de
los dullards, donde no aparece ninguna caída del respeto debido a todos
los hombres.
Baste con recordar que, a través de las más
estrictas exigencias de una guerra vital para la colectividad, y el desarrollo
mismo de un aparato de intervención psicológica que ahora ya es una tentación
de poder, en Gran Bretaña se mantuvo el principio del respeto por la objeción
de conciencia.
A decir verdad, los riesgos que tal respeto
comporta para los intereses colectivos, se vieron reducidas a proporciones
ínfimas, y pienso que esta guerra ha demostrado suficientemente que no es de
una indocilidad demasiado grande de los individuos de donde vendrán los
peligros del porvenir humano. Está claro desde entonces, que los obscuros
poderes del superyó se coaligan con los más cobardes abandonos de la conciencia
para llevar a los hombres a una muerte aceptada por las causas menos humanas, y
que todo lo que se presenta como sacrificio no por ello mismo es heroico.
Al contrario, el creciente desarrollo, en
este siglo, de los medios para actuar sobre el psiquismo, una manipulación
concertada de las imágenes y de las pasiones, de las que ya se ha hecho uso con
éxito contra nuestro juicio, nuestra firmeza y nuestra unidad moral, darán
lugar a nuevos abusos de poder.
Nos parecería digno de la psiquiatría
francesa que, a través de las mismas tareas que un país desmoralizado le
propone, sepa formular sus deberes en los términos que salvaguarden los
principios de la verdad.
DISCUSIÓN
El
Doctor Bonhomme, Presidente, saluda a nuestros invitados: el Mayor Turquet,
delegado del Ejército Británico ante la Armada Francesa, y el Profesor Bermann,
Delegado de la Argentina
en la Sección
de Medicina e Higiene de la O. N. U. Agradece al Dr. Lacan por su brillante
conferencia y abre la discusión.
Mayor
Turquet: Fueron los médicos del Ejército quienes,
desde el Consejo Superior de Guerra (Army Council), donde residía en
1935, impulsaron un proyecto de selección de Reclutamiento. Durante las
hostilidades hubo que luchar para hacer del Psiquiatra un adjunto del Comando,
un oficial del Estado Mayor. El rol del Psiquiatra, como se acaba de exponerles,
se mostró particularmente eficaz. En Birmania, por ejemplo, se vió al
Psiquiatra, adjunto del Comando en el nivel de la división, aconsejar
que no se utilizara tal o cual batallón porque sus unidades de refuerzo
manifestaban una integración psicológica insuficiente respecto de los grupos ya
activos. Conviene poner el acento sobre el hecho de que fueron también los
Psiquiatras los que inspiraron el principio de la propaganda política en el
Ejército y le dieron impulso. En efecto, gracias a ellos un diario bimensual de
información sobre los asuntos políticos mundiales proporcionó al soldado,
además de una idea de los objetivos de la guerra, el sentimiento de que
combatía por fines con los cuales era moral y políticamente solidario.
Y debo
insistir sobre el papel de primer orden que jugaron los Psicoanalistas en las
indagaciones y las medidas concernientes a la moral en el Ejército.
El
Psiquiatra se convierte, cada vez más, en un médico social y debe dedicarse al
estudio de los fenómenos políticos, como el fascismo. Los trabajos de Bion
sobre los conflictos entre el individuo y los grupos, y las aplicaciones en
concreto de los trabajos de Melanie Klein, deben servir de modelo. Hemos
intentado hacer un ejército democrático, en el que el jefe representa una
función dependiente de las necesidades del grupo. Se puede decir que su persona
ha nacido del grupo. Es por eso que, entre nosotros, cuando las necesidades del
grupo cambian, recurrimos a jefes diferentes. El análisis freudiano de la
función del jefe, que representa la necesidad “de un buen padre”, responde a
una relación inconsciente que vale también para el sentimiento del militar. Se
trata de hacer uso de esta función con intenciones más elaboradas. Ciertas
perspectivas originales, aportadas por la Psicología de Grupos, pudieron ser utilizadas,
particularmente las orientaciones de Kurt Lewin sobre las relaciones entre la
cualidad de la inteligencia y esas condiciones que podemos denominar
“topográficas” del medio militar.
Prof.
Bermann: Me permito insistir sobre el contraste entre
el desvanecimiento de la
Psiquiatría inglesa en la guerra precedente y el prodigioso
auge, la verdadera renovación que mostró en esta. Esta renovación no partió ni
de los Neurólogos ni de los Médicos de Asilo, ni tampoco, en general, de las
esferas oficiales, sino de los Psicoterapeutas y de todos aquellos interesados
en la psicogénesis. Mi visita en 1938 al Doctor Rees, que era entonces Director
de la Tavistock
Clinic , me permitió apreciar el carácter privado de esa
clínica (carácter que tiene en común con la mayor parte de los hospitales
ingleses, hasta la reforma producida por la guerra misma), y el medio muy vivo
que constituía.
La
teoría psicogenética se desarrolló considerablemente bajo la presión de los
acontecimientos. Se conocen los estudios destacables que pudieron hacerse
respecto de las úlceras psicogenéticas. Recuerdo el interés doctrinal que
presenta “el síndrome de esfuerzo”, descrito por D. Costa en el curso de la
guerra civil norteamericana, los informes publicados en la British
Medical Journal of Mental Disease y la discusión en la Royal Medical
Association sobre ese síndrome: la demostración, por el Profesor Lewis, del
Maudslay Hospital, del origen psicogenético de ese síndrome en más del 90% de
los casos.
Estimo
que conviene darle el mayor desarrollo a la indicación de sentido sociológico
en la cual se orienta la nueva Psiquiatría, requerida por los problemas
actualmente planteados por la salud moral de las Naciones, tal como se presentó
en el preámbulo de la
Organización Mundial de la Salud , Sección de la O. N. U.
Finalmente,
permítaseme subrayar, al pasar, el valor de ciertos estudios de psicólogos y de
psicoanalistas, como el Coronel Th. Wilson, sobre la mentalidad nazi.
Dr.
Borel: No puedo más que experimentar simpatía por la
nueva orientación que la
Psiquiatría habría encontrado en la guerra. No puedo más que
aprobar la mayoría de las tesis que han sido expuestas ya que, a partir de mi
propia experiencia hospitalaria, los acontecimientos han modificado en gran
proporción la cantidad de Psicosis y e incluso de Psicosis orgánicas.
Dr.
Henry Ey: Estoy sumamente interesado por todo lo que me
ha hecho saber el Conferencista. Quizás lo estaría aún más si hubiera podido
presentarnos la Psicoterapia de Grupo de una forma más concreta. Atribuyo,
igualmente, un gran interés a todos los estudios de Psicotécnica, realizados en
el Ejército Británico bajo la dirección de hombres como Rees y Turquet. Dicho
esto, la imagen que se perfila detrás de una cierta concepción social de la Psiquiatría no me
satisface en absoluto. Lejos de reconocer allí un progreso para la Ciencia Psiquiátrica ,
me sentiría más bien inclinado a ver en ella los signos de su disolución –mido
bien mis palabras– en la banalidad y, en cierto sentido, en la normalidad.
Extendiendo indefinidamente el objeto que ella pretende abarcar, la Psiquiatría se
arriesga a no aferrar aquél que les es naturalmente propio. La Psicosociología , y
todos los objetos que le conciernen –las interacciones individuales, la tensión
colectiva de un Grupo, su organización y sus variaciones– no me parece, en efecto,
asimilable a la función del Psiquiatra, salvo que el objeto de la Psiquiatría esté
fundado, él mismo, en la naturaleza social de la “enfermedad mental”. Y yo me
opongo a tal concepción.
Esta
condición no me impide admitir que, frente a la carencia de un verdadero
espíritu concreto de los Psico-sociólogos profesionales, la tarea que ellos
deberían asumir de derecho nos incumbe de hecho. Pero debemos ser concientes de
esto. Vengo de vivir, yo mismo, la experiencia del rol que puede desempeñar un
médico, que es además psiquiatra, en la vida de una Unidad. Me basaré en ella
para plantear algunas reservas sobre la eliminación sistemática de los
Psicópatas. Tuve la sorpresa de ver a muchos hombres, incluso oficiales, que,
por psiquiátricamente inaptos que me hayan parecido, se condujeron útil y
admirablemente en el combate.
Dr.
Bonnafé: Me es agradable reconocer la convergencia de
las realizaciones que se nos acaban de exponer con las perspectivas doctrinales
y con los planes de reconstrucción –de los cuales, junto con numerosos colegas,
me convertí en defensor– para una definición social del hombre enfermo y por
una reforma radical de la cura asilar. Los psicólogos, por la maduración actual
de su ciencia, fueron llevados al mismo punto en su reflexión, por una
experiencia análoga, experiencia de grupos que, a pesar de las diferencias de
valor y estructura, tienen en común el realizar formas sociales, simples y
poderosas, con “fuertes aristas”, lugar selecto de experimentación para una
psicología colectiva digna de ese nombre.
Para
responder a lo que acaba de decir H. Ey, subrayo que no se trata de dar a los
psiquiatras el gobierno del mundo, sino solamente de hacer que escuchen su
consejo aquéllos que lo gobiernan. Así, con Daumezon, hemos podido
recientemente dar nuestra opinión sobre el proyecto de reforma de la función
pública, cuyos diversos capítulos, sin embargo, quizás parezcan escapar a
nuestra competencia. A propósito de la palabra banalidad, que se acaba de
utilizar, no hay descubrimiento científico que no haya partido de una nueva
manera de considerar la banalidad. La realidad asilar, cuando se reflexiona
sobre ella, no me parece tan banal en todo el relieve de su estructura social.
Me
intereso, en primerísimo lugar, en la prolongación que tendrán en tiempos de
paz las funciones resultantes de la guerra, en las funciones civiles
equivalentes que en ella se realizaron, y, finalmente, en las incidencias de la
psico-terapia colectiva sobre la práctica hospitalaria civil.
Dr.
Minkowski: Por importantes que sean los factores
sociales, los trastornos mentales tienen, sin embargo, una estructura mórbida
propia. Y, bajo el riesgo de parecer reaccionario, estimo que la psiquiatría
debería evitar embarcarse demasiado en una pura sociología.
Dr.
Ceillier: Me parece evidente que el término psiquiatría
implica la noción de enfermedad.
Mayor
Turquet: Una orientación preventiva de la medicina no
podría desestimar ni el problema de lo normal ni el de lo social, ni tampoco
desconocer el origen psico-genético de los trastornos mentales. En Inglaterra
hemos cumplido nuestra tarea con sociólogos y psicólogos, muchos de los cuales
tenían poca experiencia con enfermos.
Dr.
Binois (invitado): Con el doble título de Psicólogo
universitario y psicólogo que ha cumplido las funciones propias del Psiquiatra,
me siento inclinado a criticar la primera formación en beneficio de la segunda.
Habría que establecer dos categorías de Psiquiatras que se dedican a funciones
diferentes. Sin duda se trata, en el sector aquí considerado, de un campo de
experiencia que plantea el problema de lo normal. Son los psiquiatras quienes
lo han descifrado: ellos aportaron la doctrina, a ellos les corresponde aplicarla.
Dr.
Sengès: Creo, como lo acaban de decir, que lo
esencial de nuestra misión es estudiar la psicopatología de los enfermos, en
tanto que se distingue de los comportamientos humanos normales.
Dr.
Minkowski: Si puedo aportar una cuota de humor en este
debate, y para hacer eco de aquello que dijo Binois, recordaré la historia
sobre la respuesta que recibieron ciertos consejeros psicológicos cuando,
apenas nombrados, tomaron contacto con un Profesor de Psicología en la Universidad : “Jamás
enseñé a mis alumnos algo que pudiera tener una aplicación práctica”.
Prof.
Bermann: Sigo insistiendo en el carácter positivo del
novedoso desarrollo de la Psiquiatría. Se puede comparar la posición de la
psiquiatría tradicional con la de la fisiología antes de Laennec.
Dr.
Schiff: Me parece útil evocar en esta discusión los
trabajos de la Sociedad
de Psicología Colectiva, creada en 1936 por Allendy, Bataille, A. Borel, Leiris
y yo mismo, así como la existencia en 1935 en EE.UU. de una Revista de
Psicología Social. Yo no podría admitir, con el Profesor Bermann, que uno
se sirviera de los datos del psicoanálisis para caracterizar ciertos
movimientos políticos. Tales perspectivas se prestan a abusos, de los cuales
todos los partidos se han mostrado generosos frente a sus adversarios. Sin
detenerme en el carácter temerario de la mayor parte de las “Patografías”, sean
las de Flaubert o de J. J. Rousseau, ni en la inadaptación manifiesta de
nuestra Ciencia Psiquiátrica y Caracterológica ante el Genio, no puedo
evitar evocar algunos hechos, como el artículo del Profesor Adalbert Gregor
publicado en la Revista
Alemana de Higiene Mental de 1936, donde se lee
que un comunista debía ser transferido al anexo psiquiátrico de la prisión “por
manifestar ese signo evidente de locura que era no comprender, a pesar de todas
las exhortaciones, hasta qué punto sus opiniones eran incompatibles con el
nuevo orden del III Reich…”
Dr.
Lacan: Les agradezco, tanto a quienes quisieron dar
su anuencia como a quienes han sido mis contradictores, por sus observaciones y
objeciones. Insisto en afirmar, nuevamente, la concepción unitaria de la
Antropología, que es la mía. A las objeciones de principio que se plantearon
contra el papel de la psiquiatría durante la guerra, respondo con un “E pur
si muove”, rehusando a que se otorgue a mi exposición otro sentido u otro
mérito.
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